El difícil camino de la inclusión

En un momento donde la fragmentación nos invita a dividirnos, donde las redes sociales muestran la cara de la intolerancia hacia el pensamiento que nos es ajeno, y la sociedad en su conjunto está lejos de relacionarse como hermana con los mismos objetivos, asistimos todos los días a pequeños esfuerzos, que nos invitan a pensar que una Nación donde nos reconozcamos como iguales, es posible.

Así lo demuestran los intentos de nivelar desde la educación, como lo fue en algún momento la entrega de materiales electrónicos a los chicos que no podían acceder a ellos para estudiar, o lo es hoy la entrega de un par de anteojos, la asistencia a los niños y adolescentes en los colegios, que garantiza que quienes todavía no llegaron a la edad adulta y están forjando su carácter, puedan además sentirse incluidos en la sociedad.

Podríamos mencionar también, por no ser injustos las innumerables campañas sobre violencia de género que apuntan a la igualdad. Igualar también es incluir, dejar ser parte, hacernos parte de un todo, donde no haya favorecidos por la ruleta vida o el dedo, sino que todos tengan posibilidades.   

Hay un movimiento, un movimiento aglutinador, que va desde lo más pequeño y simple de la vida humana, hasta las movilizaciones masivas que se vieron en contra de las leyes que el pueblo considera que afectan a la sociedad y en particular a los que menos tienen. Hay un movimiento, que se cierne sobre la fragmentación generada por la clase política tradicional, desde las sombras; para exigir lo que le pertenece a cada uno de nosotros y que está amparado en la Constitución Nacional, para generar un proyecto nacional que se sustente y tenga en cuenta las necesidades del vecino común.

Resolver las pequeñas cosas que nos atañen todos los días, es un paso hasta la unificación de ese movimiento, casi inconsciente que pide respuestas, a las necesidades concretas, desde las más pequeñas que nacen desde lo más recóndito, hasta las más grandes que estremecen a la sociedad.