Nuevos aires de conducción

 

Las urnas hablaron. La Argentina tiene claros problemas derivados de las dos pandemias que se vivieron en el país: la neoliberal que mediante el endeudamiento generó altos índices de pobreza, y la de COVID -19, que nos pidió priorizar la salud y pensar en el otro como alguien que la primera necesidad que debía cubrir era la de la vida.

Así y todo, el pueblo se siguió empobreciendo y buscando salidas a una situación desesperante y crítica. Desde La Urbe siempre dijimos que la salida es colectiva, es con el otro, es pensando en volver a la economía solidaria, asociativa, esa economía para muchos que abrace a las mayorías populares. Históricamente, eso también se llamo peronismo. Por eso pensamos que hay alternativas individualistas que lo único que proponen es seguir el camino de la atomización y que lejos de ser creativas, retratan recetas que no han funcionado ni en los países más adelantados del mundo.

Los cambios en el gabinete, nacional y provincial, no responden a pensar en otras políticas, responden a acelerar procesos y generar condiciones de masificación de la economía. Podemos salir adelante, podemos reactivar la producción, pero lo que no podemos es volver a esquemas que frenaron la producción aún cuando el COVID ni siquiera era tema de todas nuestras editoriales, modelos que nos endeudaron a 100 años, con dinero que ningún ciudadano de a pie vio.

Está bien que aceleremos procesos, que vayamos por la reactivación más rápido, pero el proyecto, ese que enamoro a los miles que votaron hace dos años una situación diferente, ese que nos puso de pie para querer luchar todos juntos, ese que nos contenía, que nos interpelaba y que hablaba de las corresponsabilidades compartidas.

Podemos cambiar de ejecutores de la política, porque a  veces viene bien un aire fresco, de más operatividad, de más cercanía con el pueblo y de más consenso, pero tenemos que avanzar a poner el país de pie, y hay cuestiones que no se negocian como la soberanía, como la producción como el trabajo y como un Estado grande que nos convoque y que nos escuche, y del que todos nos sintamos parte.