El ojo de la tormenta en la segunda ola

En medio de un fuego cruzado entre la Ciudad de Buenos Aires, y la presidencia, aparece el foco en pensar qué es lo más importante, nos interpela la responsabilidad de velar por el otro, como un ser humano con derechos, que dialogan entre la necesidad y lo posible, entre lo deseado y lo real. La pandemia nos ha cansado, hasta el hartazgo, pero en la responsabilidad que nos toca como parte de una sociedad comprometida, no ha terminado aún.

De nada sirve vacunar cientos de vecinos todos los días si otras decenas de miles se contagian. La propagación nunca puede ser más alta que la vacunación, porque si no, estaríamos perdiendo la carrera y esa sí, es una responsabilidad social compartida. Por eso, pensar en un esfuerzo más que nos permita llegar al invierno con menor cantidad de contagios, también es parte de cuidar a los que más queremos.

Lo vimos en el espejo del mundo: la segunda ola es aún más poderosa que la primera, porque las nuevas cepas del virus revisten más alto nivel de contagiosidad. Los niveles de edades también han bajado: hoy la mayor cantidad de contagios se da entre personas de entre 40 y 50 años.

Los países más avanzados del mundo han tenido que cerrar sus puertas y volver a una fase de cuidados intensivos, pero en Argentina todavía hay algunas dudas porque el espejo no alcanza, porque pareciera que lo que pasó en países con sistemas sanitarios más avanzados y más preparados que el nuestro, no es igualmente un modelo a seguir.

Quizás debiéramos pensar como nación que no es una posibilidad hacer política con la pandemia, y entender que primero está la salud, la vida y que después puede ubicarse cualquiera de los muchos derechos que hoy pensamos que están vulnerados porque no se puede garantizar este principio universal, que garantizar también que algunas familias tengan su sustento en la mesa, es entender que la economía también juega un rol fundamental y solo vamos a garantizarla generando las condiciones para frenar los contagios.