Cuando el futuro peligra el presente

Muchas cosas pasaron esta semana: dificultades en materia económica  nacional, con algunas corridas bancarias, una negativa de algunos bancos privados incluso a vender moneda extranjera, un intento desesperado del Gobierno Nacional de retener los precios y no generar más inflación, un malestar creciente, y las viejas recetas que vuelven como mala palabra a la cabeza de cada uno de los argentinos.

El país entró en el Fondo Monetario Internacional en 1956, un 20 de junio para ser más exactos, y a partir de allí y hasta 2006, fecha en la cual se cancelaron los 9800 millones de dólares que quedaban en la presidencia de Néstor Kirchner, la deuda económica asumida de los gobiernos de turno, condicionó la soberanía política de la administración nacional, con fuertes exigencias y tasas siderales que se cancelaban unas con otras, pero que dejaban compromisos económicos imposibles de afrontar y comprometían el Producto Bruto Interno.

Con el anuncio de las nuevas conversaciones con el organismo internacional, del cual nos costó tanto salir, y frente a la pérdida de rumbo económico del gobierno nacional, que ya venimos apuntando desde La Urbe en los últimos días, se vuelve a comprometer y a lesionar seriamente la confianza de los vecinos.

No hay soberanía política en un país económicamente dependiente. Los ajustes se propagan y prometen no ceder: está claro que el FMI responde porque abona a la política de ajuste del Gobierno de Cambiemos, que descarga la crisis sobre los sectores mas vulnerables de la población y que no discute, como no lo ha hecho hasta ahora la rentabilidad de las grandes empresas.

Con estas políticas desacertadas, en breve el gobierno propone para completar el paquete, la discusión de la Reforma Laboral, que por supuesto, dejó para los meses del año donde la tensión pública va a estar en uno de los eventos más importantes que se celebra para la cultura cada cuatro años como lo es el mundial de fútbol.

La flexibilización de las condiciones laborales también conduce a un derrotero de la misma clase que es ajustada y que paga las consecuencias de la concentración de capital. Las dificultades que no cesan, preocupan y de la mano de viejas recetas, reeditan viejos resultados.