El fútbol esta de luto por el fallecimiento de Amadeo Carrizo
Amadeo Carrizo, fallecido hoy a los 93 años, permanecerá en la memoria colectiva como un futbolista de elite, al que bastaba con mencionar su nombre de pila para referenciarlo y que fundó en el país una nueva escuela de arqueros.
Carrizo fue simplemente Amadeo por la grandeza que construyó en 25 años de trayectoria, de los cuales pasó 23 en River Plate. Se trató del primer arquero moderno en el fútbol argentino, creador de un estilo inédito hasta ese momento.
Nació en Rufino, Santa Fe, la misma ciudad que dio a luz al extraordinario Bernabé Ferreyra, el «Mortero». Sus primeros pasos en el fútbol, en su ciudad natal, los dio como centrodelantero y le sirvieron para adquirir una destreza que luego pondría de manifiesto en su perfil de guardameta.
En 1945, con 19 años, hizo su debut en River y desde entonces forjó una admirable carrera que le valió el tardío pero merecido título de presidente honorario del club a fines de 2013 con la llegada de Rodolfo D’Onofrio a la presidencia.
Defendió el arco en Núñez hasta 1968, jugó 521 partidos en el club y ganó ocho títulos locales (1945, 1947, 1952, 1953, 1955, 1956 y 1957). Tuvo como compañeros a grandes próceres «millonarios»: José Manuel «El Charro» Moreno, Alfredo Di Stéfano, Ángel Labruna, Juan Carlos Muñoz, Félix Loustau, Walter Gómez, Enrique Omar Sívori, Néstor «Pipo» Rossi y Ermindo Onega, por citar algunos.
Se convirtió en el futbolista con más partidos jugados en la historia de River, por encima de Labruna (514), Reinaldo Merlo (500), Juan José López (424), Norberto Yácono (393), Oscar «Pinino» Mas (382), Norberto «Beto» Alonso (374), Loustau (367) y Ubaldo Fillol (361).
Y en el transcurso de ese largo camino refundó el concepto de arquero en el fútbol argentino. Hasta entonces, los guardametas eran simplemente atajadores, futbolistas limitados a esa tarea debajo de los tres palos, pero Amadeo se trató de un arquero integral, espejo para generaciones posteriores.
Además de su sobriedad en el arco, Carrizo impresionó con el dominio de toda el área, con su capacidad para salir y achicar el ángulo de tiro de los delanteros rivales, con su voz de mando para ordenar la defensa y con su habilidad con los pies –aquella que adquirió como número 9 en su época juvenil- para originar contraataques.
Protagonizó recordados duelos con goleadores de la época: José «Pepino» Borello y el brasileño Paulo Valentim de Boca, José Sanfilippo de San Lorenzo; Ernesto Grillo de Independiente o Humberto Maschio de Racing.
La plasticidad y la postura activa que mostraba para el puesto le granjeó el apodo de «Tarzán» en sus primeros años en el fútbol, pero tiempo después la inmensidad de su figura fue encerrada en la mención de su nombre de pila como marca registrada: Amadeo.
Por entonces, se lo señalaba como uno de los mejores arqueros de la época junto al ruso Lev Yashin, a quien enfrentó con 42 siendo jugador de Alianza Lima de Perú en un partido con Dínamo de Moscú.
El suceso de su carrera en River no fue el mismo con el seleccionado argentino y eso fue un aspecto nunca perdonado por sus detractores. Amadeo quedó marcado por lo que se conoció como el «Desastre de Suecia», aquella eliminación del Mundial 1958 consumada con una dura goleada a manos de Checoslovaquia (6-1).
Seis años después tuvo su revancha y ganó su único título con el combinado «albiceleste»: la Copa de las Naciones en Brasil. En ella, Argentina venció al seleccionado local que contaba con Pelé y Carrizo le atajó un penal a Gerson en un recordado partido que se jugó en el Pacaembú de San Pablo. También se impuso sobre Portugal e Inglaterra y se adjudicó el torneo sin recibir goles en contra.
Amadeo le puso fin a su carrera a los 44 años en Millonarios de Colombia, donde jugó 53 partidos ya como una gloria del fútbol sudamericano al que se recordará como lo describió por entonces la revista «El Gráfico»: El Maestro sin época.