Los suicidios se duplicaron en el primer año de Milei
El drama social se acelera, superando a las muertes por siniestros viales y duplicando a los homicidios, en un contexto de deterioro social y retiro de la asistencia estatal. Se estima que en el país una persona se quita la vida cada dos horas.
El suicidio en Argentina se ha consolidado como el principal factor de muerte violenta en el país, superando dramáticamente a otras causas de deceso y revelando una profunda crisis de salud mental que exige una respuesta inmediata. Este fenómeno, que históricamente se consideró secundario, ha escalado hasta duplicar la cifra de homicidios y superar a los siniestros viales, conformando un panorama social inédito y desgarrador que se ha visto potenciado en la actual era Milei.
El dramático balance de la desesperanza en la nueva gestión
Los registros nacionales más recientes son contundentes e incontrastables, proyectando una realidad alarmante. Las cifras del último período completo indican que los suicidios en Argentina alcanzaron un récord de más de 4.200, una magnitud que choca de frente con otras causas de decesos violentos. Este crecimiento, cuya aceleración coincide con el actual contexto socioeconómico y político, sitúa a este flagelo como el más letal en términos de violencia autoinfligida.
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En el mismo período, las muertes por siniestros viales se ubicaron en una cifra aproximada de 3.800.
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Los homicidios dolosos (intencionales) no superaron las 1.700 víctimas.
Esta comparación evidencia la magnitud del problema: la cantidad de personas que se quitan la vida es más del doble que las víctimas de homicidio, y casi una tercera parte superior a la suma de las muertes por accidentes de tránsito y crímenes intencionales. El drama se dimensiona aún más en su frecuencia: en Argentina, una persona se suicida a un ritmo constante y silencioso, cada dos horas. A este dato se suma que, por cada suicidio consumado, otras dos personas lo intentan sin conseguirlo en el mismo lapso, lo que subraya una epidemia de desesperanza que avanza sin freno en un clima de incertidumbre económica y social.
La curva ascendente: un «cóctel explosivo» bajo la filosofía libertaria
Históricamente, la tendencia de los suicidios en Argentina ha sido alcista desde el retorno a la democracia, pero el crecimiento en los últimos tiempos muestra una aceleración preocupante. Un quiebre significativo se detectó entre 2010 y 2012, un período que disparó los indicadores de salud mental. Lejos de ser una causa puramente económica, esta crisis coincidió con la masificación de los smartphones, la cámara frontal y los «likes», fenómenos tecnológicos que impusieron un modelo de vida exitoso y aspiracional. Este modelo, al volverse inalcanzable para vastos sectores, actuó como un potente factor de dislocación social y angustia.
El aumento dramático en el país se da en un contexto de paradoja global. Históricamente, países desarrollados ostentaban una tasa de suicidio un 50% mayor a la argentina. Sin embargo, mientras la tendencia mundial se ha revertido —gracias a la toma de conciencia y la implementación de políticas estatales de prevención—, la curva argentina siguió subiendo, al punto de haber cruzado la línea del resto del mundo en los últimos años. De continuar esta inercia, Argentina corre el serio riesgo de pasar a ser uno de los países con la incidencia y el riesgo suicida más alto del planeta.
El factor del discurso individualista y el retiro estatal
El escenario actual es definido por expertos como un verdadero «cóctel explosivo» que potencia el riesgo de suicidio en Argentina, agravado por el contexto que define la era Milei:
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Deterioro Socioeconómico y Desgaste: El continuo y acelerado deterioro económico y social, que se suma a problemas recurrentes, está agotando la resiliencia de la población. La incertidumbre, la inflación y la precarización se convierten en factores de estrés crónico que minan la capacidad de afrontar las adversidades.
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Choque de Ideologías: El discurso que promueve el individualismo extremo, la meritocracia a ultranza y el modelo de «sálvese quien pueda» —fomentado desde esferas gubernamentales— choca de frente con la constante exposición digital a modelos de éxito cada vez más lejanos. El resultado es una sensación de fracaso personal magnificada en un mundo percibido como poblado solo por «exitosos», lo que genera una presión insostenible.
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La Retirada de la Asistencia: Este panorama desolador se agrava con el factor decisivo de la retirada estatal en la asistencia psicológica. La analogía es trágica: el aumento de los suicidios es como un barco que, en medio de una tormenta económica creciente, muestra un quiebre estructural (la exposición a las redes sociales) y, justo cuando más necesita auxilio, el faro de la asistencia pública se apaga.
Mientras que otros países han encendido sus luces de prevención para reducir sus incidentes, Argentina navega hacia una ruta solitaria y peligrosa. El abandono o la desfinanciación de las políticas públicas en salud mental, la falta de campañas de concientización y la dificultad para acceder a la atención psicológica actúan como catalizadores de esta tragedia silenciosa, justo en el momento de mayor vulnerabilidad social.
Una emergencia de salud pública que requiere acción inmediata
El suicidio en Argentina ha dejado de ser una estadística marginal para convertirse en una emergencia de salud pública y un dramático indicador de la profundidad de la crisis social y de salud mental que atraviesa el país. La superación de muertes por siniestros viales y la duplicación de los homicidios obligan a una reevaluación urgente de las prioridades estatales en la era Milei. La reactivación inmediata de políticas públicas de prevención del suicidio, la inversión en asistencia psicológica accesible y la moderación de discursos polarizantes son pasos impostergables para evitar que Argentina se consolide como uno de los países con mayor riesgo suicida del planeta.
