Las panaderías en crisis: crece la venta de facturas viejas y la pastelería desaparece

El derrumbe del consumo golpea a las panaderías, que buscan sobrevivir con ofertas y facturas viejas. La pastelería, en peligro de extinción.

El sueño de una mesa de domingo con facturas frescas se esfuma para muchas familias. La crisis económica las empuja a elegir lo que quedó del día anterior a precio rebajado o, directamente, a reemplazar la merienda por un paquete de galletitas industriales. En las panaderías, la situación es alarmante: la venta de facturas se desploma, los costos estallan y el sector busca estrategias para resistir. La pastelería, según los propios panaderos, está al borde de la extinción.

La economía del ajuste, aplaudida por Javier Milei y Luis Caputo, le saca el dulce a la vida cotidiana. La gente ya no puede darse el lujo de comprar medialunas de manteca o una torta para celebrar un cumpleaños. Con la inflación comiéndose los salarios, la opción es conformarse con lo que sobró del día anterior, más seco, más duro, pero más barato.

Raúl Santoandré, presidente de la Federación Industrial Panaderil de la Provincia de Buenos Aires, confirma la tendencia: “Crece la venta de facturas del día previo y las panaderías recurren a promociones desesperadas para vender algo”. Pero ni así alcanza. Según el dirigente, la pastelería está en peligro porque los insumos son impagables y el público ya no tiene margen para darse gustos.

Los panaderos buscan alternativas para mantenerse a flote. Algunas panaderías se reinventan como cafeterías para incentivar el consumo en el local. Otras reducen la producción de facturas y se enfocan en el pan, la galleta y el pan de masa madre. Pero la calidad también se resiente: ahora hay medialunas con margarina en lugar de manteca y facturas con dulce de leche de dudosa procedencia.

El huevo de oro: la clave de los aumentos

Detrás de la estampida de precios hay un protagonista: el huevo. En pocos meses, su costo subió de manera exorbitante, afectando no solo a las panaderías sino también a los hogares. La razón está en una tormenta perfecta: la gripe aviar en EE.UU., que diezmó la producción global y disparó los precios internacionales, y la eliminación de retenciones a la soja y el maíz, que encareció el alimento de las gallinas.

En Estados Unidos, la crisis fue brutal: 60 millones de gallinas ponedoras sacrificadas y el precio de la docena de huevos escalando a 15 dólares. Ante esta situación, los productores norteamericanos salieron a comprar huevos en el exterior, llevando la demanda hasta Brasil, que antes abastecía a Argentina. El resultado: menos huevos disponibles y precios por las nubes.

En el mercado local, el impacto fue inmediato. Según José Hernández, titular del Centro de Industriales Panaderos Agrupados, el cajón de huevos pasó de $50.000 a $75.000. La harina también subió un 10% y el pan aumentó a un promedio de $3.000 por kilo. La situación es tan extrema que muchas panaderías bajaron las persianas: se estima que cerraron 5.000 locales en todo el país. Y muchas de las que sobreviven se mudan a galpones para evitar costos impositivos.

Un pueblo sin facturas

La postal de la crisis es la misma en todo el país. En La Matanza y otras zonas de clase trabajadora, la venta de facturas se desplomó. “De lunes a viernes, no se vende una sola factura en los barrios. La gente se vuelca a las galletitas y la leche porque es lo más barato”, dice Hernández.

En un intento de evitar que la Pascua pase sin roscas, algunas panaderías intentan ofrecer opciones “económicas”. Pero también tienen un límite: no pueden bajar la calidad indefinidamente. “El trabajador tiene derecho a comer bien”, advierte Hernández.

El problema no es solo económico, sino cultural: cada vez se come peor. “Es como que antes comíamos ravioles con salsa y ahora solo con un poquito de aceite. Cada vez vamos denigrando más la alimentación”, lamenta el panadero.

Un modelo que deja sabor amargo

Mientras el Gobierno defiende su “shock” de ajuste, los panaderos luchan por no desaparecer y las familias se resignan a una merienda cada vez más triste. El pan y la factura, símbolos del desayuno argentino, hoy se convierten en lujos inalcanzables.

La economía de la austeridad se siente en el bolsillo y en el paladar. La crisis de las panaderías es un reflejo de una sociedad donde el consumo se achica y las costumbres se transforman. Un país sin facturas es un país que pierde parte de su identidad. Y eso, más allá de la economía, también es un problema.