A 50 años de la masacre de Trelew
Un nuevo 22 de agosto se alza en la memoria que no permite olvidar. Pero esta vez incluso es diferente, más visible, más doloroso y con mucha más memoria. Porque en los 50 años de una de las masacres más difíciles de recordar de la historia argentina, las venas abiertas de América Latina van encontrando respuestas de algunos interrogantes y van apareciendo nuevos sinsentidos que interpelan.
Este año los familiares de las víctimas pudieron entrar al penal de Rawson y a la Base Naval, a reconstruir una historia que en las paredes (aunque parezca vieja, porque intenten pintarlas y arreglarlas) está siempre impresa como una reedición de un libro mil veces contado. Y las lágrimas siguen brotando de los ojos, y el dolor es inevitable ante tanto sufrimiento, ante tanto desgarro.
Quisieron robarnos la alegría, dicen mientras se acercan cantando como entonces… pero no pudieron. Allí donde las grietas de la historia se van cerrando lentamente, hace poco más de mes recibían en Buenos Aires, la noticia más alentadora que llegaba desde el Norte, del otro lado el Ecuador: Bravo había sido condenado, porque la causa no había prescripto. Uno más, el que quedaba suelto y oculto, encontrado asesino. Porque lo que no prescribe nunca es la verdad, y con ella se puede hacer justicia.
En la mañana del 22 de agosto, los familiares que perdieron sus seres queridos, y todo un pueblo que reclama justicia, también tuvieron su regalo: la desclasificación de los archivos al fin llegó, quizás como un símbolo de corroborar lo que la incansable búsqueda de ya ha sabido mostrar a Argentina y al mundo entero.
Nunca más. Nunca más en los ojos de cada uno de los que están buscando respuestas que aún no tienen, nunca más en los de quienes encontraron los pedazos para rearmar la historia de su propia vida. Nunca más para un pueblo que de a poco, va intentando que las heridas sean menos dolorosas y se miren con el aprendizaje de la libertad y la democracia. Nunca más, para recordar que esa democracia que costó tanto es la que tiene que terminar con las grietas que nos separan.