Murió Nancy Uguet , luchadora contra la violencia machista

Falleció Nancy Uguet y se fue una pieza fundamental para el feminismo popular, una de esas personas que luchan sin luces, fama ni reconocimientos. El agradecimiento estará en el recuerdo de las pibas a las que le salvó la vida en el refugio contra las violencias que sostuvo durante años.

“Nancy era chica cuando le pidió a su mamá que le cortara el pelo y le sacara los aritos porque se quería ir a las manos con uno de sus compañeritos de colegio. Él le había dicho, en el recreo, que no se iba a pelear con ella porque era nena”… Años más tarde, Nancy se peleaba con la policía y con quien sea con tal de que nadie revelasen la dirección del espacio seguro que sostuvo durante toda su vida y en el que salvó de innumerables violencias a pibas y mujeres que llegaban buscando el abrazo de contención y alivio que les permitiera caminar hacia la reconstrucción de sus autonomías.

Es martes. Llueve en el conurbano sur y es de esos días más que tristes. Trato de escribir mientras tomo unos mates que me permitan transitar cálidamente por los recuerdos. Lloro pero tomo fuerzas para contar fragmentos de una historia que se contó para pocas. Palabras disidentes que disputan por salir y no ser olvidadas.

Yo estaba embarazada de 6 meses y en situación de calle cuando llegué al refugio de Nancy. Me habían pasado su dirección por Facebook otras mujeres solidarias. Recuerdo que lo primero que hizo fue darme el abrazo que necesitaba, el mismo que recibió de todo el barrio durante los últimos días de su vida mientras estuvo postrada en una cama que, pegada a una ventana que daba a la calle, era el lugar desde donde recibía el cariño de cada quien que pasara.

Nancy fue mi mamá hasta que conocí el amor de mi compañera y hasta conocer a mi mamá de sangre. Ella fue la que elegí para mi vida, la que me dijo que nunca me quede con ganas de hacer lo que quiero, la que me enseñó a salir sin miedo a la calle, la que me volvió a maquillar y con la que empecé a comprar ropa del estilo que yo quería. Me dio las primeras herramientas para salir a luchar contra las violencias patriarcales. Una vez que dejé el refugio, siempre volvía. Antes de ir a las marchas iba a verla. Me daba su bendición y salía.

Nancy tenía cáncer y luchó contra la enfermedad durante años. La vi el miércoles pasado y sin querer entender demasiado asistí a su despedida. No la visitaba tanto últimamente, no me daba el corazón para verla así, se lo dije y ella lo entendía. No voy a olvidar sus últimas palabras: me dijo que me quería mucho y que estaba muy orgullosa de mi lucha. Ella no solo me cuidó en el ámbito de su refugio, también me alentó para que haga la denuncia formal para condenar a quienes cometieron los abusos que agredieron mi cuerpo y subjetividad en la infancia.

No hay ningún lugar como ese refugio que supo construir a fuerza de su convicción y de juntar las donaciones de vecinos y vecinas con conciencia de cambio. Era una persona respetada y como tal, temida. Sostenía esa casa del amor sin banderas de diferencia, o mejor dicho con una bandera de lucha para todas. Hoy quedan allí 17 pibas que recordarán como alivio al llanto, la sonrisa divertida de Nancy; esa que te tranquilizaba cuando todo parecía acabarse.

No hay ni habrá otra como ella. Una persona que abre las puertas de su casa sin preguntar nada, sin juzgar por las elecciones. A mí y a todas las pibas nos dio un refugio, un escape, y además la posibilidad de reconstruir el concepto de familia. Las fiestas con ella eran una mesa interminable, con un montón de mujeres que nunca habían disfrutado navidades.

“Yo no tengo miedo de morirme”, me dijo ese miércoles… Nancy pudo conocer a sus nietxs, a lxs de sangre y a lxs que le regaló la vida. Así pasó sus últimos días. Estaba muy admirada de mi resiliencia. Fue la primera que supo que soy lesbiana y la que me incentivó para que le diera “bola” a la que hoy es mi compañera. Para ella era el ejemplo de la piba que podía salir de una situación de violencias y gozar plenamente de la vida que elija.

En 2017, afrontamos juntas el juicio contra un varón que me violentó y que luego terminó asesinando. Ella fue la primera que se movió para que este tipo no se me acercara a través de una perimetral. Me acompañó por 4 años de mi lucha y me enseñó cómo acompañar a otras. Siempre se mostraba tranquila, Nancy también me enseñó a tener paciencia y se lo agradezco. Recuerdo que cuando comenzó el juicio me prometió que él iba a estar preso, y así fue. Así es. En el refugio conocí la lucha de las mamás de Ángeles Rawson y de Julieta Mena. Conocí a Carina Abregú. A Nancy le debo el que me haya conectado con personas que hicieron que me apropiara de espacios donde sentía que no merecía estar.

En el refugio aprendí que las historias llegaban en forma de relatos de mujeres y se quedaban en historias de supervivencia. Aun recuerdo cómo Nancy tendió la mano de J. para que comience a recuperar su autonomía. Ella tiene 16 años y su progenitora la abandonó. Nancy la adoptó como su hija del corazón y la joven a cambio le llevó sus pastillas y remedios a la cama hasta el último respiro de su vida.

Podría haber sido un mito perdido en el fondo del conurbano pero no.  Al refugio de Nancy llegaban por las noches mujeres con lo puesto y lo prestado, pidiendo ayuda y un abrazo que las ubique en una tierra que las desprecia. Una vez, una piba que padecía violencias vio a Nancy en un documental en el que participó contando sobre el refugio. En ese momento se animó a ir y un período después hizo la denuncia. Nancy le (nos) daba a las pibas la contención y el acompañamiento que ni el Estado ni las feministas de apellido y con cargos nos dieron.