El Lunfardo es una cuestión de identidad y orgullo lingüístico

Apoliyar, cobani, morfar, pilcha, fiaca. Es frecuente que el lunfardo se piense como algo acotado en el tiempo, pero lo cierto es que en nuestra comunicación diaria se utiliza una extensa lista de términos que forman parte de esta jerga.

Las lingüistas Gabriela Resnik y Andrea Bohrn investigan sobre este fenómeno cultural, su historia y su vigencia.

Se trata de una expresión del habla popular de Buenos Aires extendida también a otras regiones de la Argentina, el lunfardo está vinculado con una etapa demográfica y culturalmente importante para la historia del país: la gran inmigración de segunda mitad del siglo XIX y principios del XX. Las lenguas de los inmigrantes son una de las fuentes donde se originan las palabras del lunfardo, pero éste abreva también en distintas vertientes que incluyen lenguas indígenas originarias, entre ellas el quichua y el guaraní, y otras formas del habla popular propias de cualquier pueblo.

“Se insiste con frecuencia en que el lunfardo surge del bajo fondo y la delincuencia, pero sus orígenes demuestran que esa no es la única fuente”, explica Gabriela Resnik, investigadora docente del Instituto del Desarrollo Humano (IDH) de la UNGS, quien agrega que “si bien el lunfardo tiene su núcleo en Buenos Aires, se encuentra en otras regiones como Córdoba o Salta. Eso nos lleva a repensar la definición tradicional del lunfardo como una expresión exclusivamente rioplatense o sólo de carácter carcelario/tumbero.”

Andrea Bohrn, quien también integra de la IDH, agrega que “hoy seguimos utilizando el lunfardo como forma del habla coloquial. Su alcance y formas de difundirse cambian según las distintas épocas, y su grado de aceptación también. Un vocabulario que puede estar estigmatizado socialmente, sancionado en una época, visto como vulgar, puede ser adoptado por distintas clases a lo largo del tiempo”.

En la actualidad convivimos con palabras que figuran en los primeros diccionarios de lunfardo, como guita, mina, pibe, y con otras de creación reciente. O, incluso, con algunas caídas en desuso, que se revitalizan. Un ejemplo es gato, recuperada en el último tiempo y una de las más antiguas (ya figuraba en diccionarios anteriores a 1915 con una connotación negativa).

Para Resnik, conocer palabras que se utilizaban en un sentido distinto al actual, o nuevos términos como rescatarse, dos pe (en vez de dos pesos) o alta llanta, permite identificar cómo el vocabulario popular abreva en diversas fuentes, que nutren las distintas variedades lingüísticas y van amalgamándose en lo que llamamos lunfardo. “Esto permite trazar un puente entre el pasado y el presente”, afirma.

Un ejemplo de ese puente se registra en el tango “El ciruja”, de principios del siglo pasado, que habla sobre un hombre que tajea a otro, pero no se refiere a una persona en situación de calle: ciruja, o cirujano, era una forma de llamar a los cuchilleros. Eso implica un proceso de codificación, y en ello es fundamental la vitalidad de las palabras.

Otro universo de continuidad es la música. Si bien el lunfardo se identifica con el tango, en la actualidad se encuentra presente en otros géneros, como el rock, la cumbia o el hip hop, dado que sus letras se inspiran en el habla popular.

En mayo de 2019 se llevará a cabo una Jornada sobre Lunfardo organizada por el Museo de la Lengua de la UNGS; un espacio que trabaja sobre las diversas manifestaciones sociales en el uso del lenguaje. “El lunfardo es un aspecto fundante de nuestra identidad cultural, su evolución es muy rica y su alcance va cambiando. El término en sí mismo invita a discutir qué es una lengua y cuáles son las fuentes desde donde se crean nuevas palabras”, asegura Resnik.

“El Museo trabaja temas de pluralidad y diversidad lingüística. Reconocer el habla coloquial no sólo hace a la identidad lingüística argentina, sino que permite reflexionar sobre el lugar del habla cotidiana”, define Bohrn, y concluye: “Muchas veces trabajamos con prejuicios y representaciones sobre la lengua, y poner en primer lugar al lunfardo permite a los hablantes darle valor a esa coloquialidad, que a menudo aparece reprimida, sesgada. Genera orgullo lingüístico”.