Más allá de la almohada: La psicología detrás de quienes comparten cama con sus mascotas

Un reciente análisis psicológico revela que las personas que duermen junto a sus animales de compañía comparten un patrón de siete rasgos de personalidad que profundizan su conexión con el mundo y consigo mismos.

9Para muchos, la imagen es cotidiana: un perro acurrucado a los pies de la cama o un gato disputando espacio en la almohada. Compartir el lecho con nuestras mascotas es una práctica extendida, a menudo vista simplemente como una muestra de afecto. Sin embargo, la psicología sugiere que esta costumbre revela mucho más que el simple apego animal, delineando un perfil de personalidad distintivo en quienes la adoptan.

Según diversas aproximaciones desde el campo de la psicología, quienes habitualmente permiten que sus compañeros de cuatro patas duerman en su cama tienden a compartir al menos siete características psicológicas particulares. Estos rasgos, que van desde la apertura emocional hasta una notable capacidad de adaptación, sugieren que el acto de compartir este espacio íntimo con una mascota es un reflejo de cualidades internas que trascienden la mera convivencia.

Una de las principales características observadas es una marcada apertura mental y alta empatía. Permitir que una mascota acceda a un espacio tan personal e íntimo como la cama es visto como un signo de una mentalidad abierta y una notable capacidad para comprender y compartir los sentimientos de otros. Expertos sugieren que este nivel de empatía y sensibilidad hacia los animales a menudo se traslada a las interacciones humanas. Estudios, como uno citado en Frontiers in Psychology, respaldan esta idea, indicando que un fuerte vínculo con las mascotas correlaciona con una mayor empatía interpersonal.

Ligado a esto, se identifica una profunda comodidad con la cercanía y el contacto físico. Dormir junto a una mascota implica una aceptación natural de la proximidad y el contacto no verbal. Esta familiaridad con la intimidad física se extiende a las relaciones humanas, donde estas personas a menudo demuestran una habilidad especial para «leer» señales no verbales y conectar a un nivel más sensorial con los demás. Curiosamente, algunas investigaciones sugieren que las mujeres que comparten su cama con mascotas reportan un sueño más reparador y una sensación incrementada de seguridad.

Un tercer rasgo distintivo es una baja resistencia a la vulnerabilidad. Abrir el espacio personal de la cama a una mascota, con todo lo que ello implica –patadas, ronquidos o despertares nocturnos–, demuestra una alta tolerancia a lo imprevisible y a no tener el control absoluto. Quienes manejan estas situaciones con humor y sin frustración excesiva exhiben una fortaleza emocional particular y una aceptación de la vulnerabilidad propia y ajena.

La psicología también señala que estas personas valoran y construyen vínculos emocionales profundos. La búsqueda de afecto, cercanía y seguridad que manifiestan las mascotas al buscar el lecho de sus dueños encuentra eco en la importancia que estos individuos otorgan a los lazos afectivos duraderos. Se inclinan a cultivar relaciones humanas significativas y profundas con amigos, parejas y familiares, reflejando la primacía que dan a la conexión emocional. Un estudio sobre vínculos afectivos mencionado sugiere que quienes comparten la cama con sus mascotas son más propensos a mantener relaciones interpersonales de calidad.

Un temperamento generalmente relajado es otra característica prevalente. El simple acto de escuchar la respiración acompasada de un perro o el ronroneo de un gato puede tener un efecto calmante, funcionando casi como una forma de meditación natural. Investigaciones, incluyendo una de la Clínica Mayo, han encontrado que un porcentaje significativo de dueños que duermen con sus mascotas sienten que descansan mejor y experimentan mayor paz, lo que sugiere que el contacto animal contribuye a reducir el estrés y fomentar una actitud más serena ante la vida.

La generosidad de corazón emerge como un rasgo evidente. Ceder espacio, comodidad o silencio en la cama para el bienestar de otro ser, sin esperar retribución, habla de una disposición a dar y cuidar. Esta generosidad no se limita al ámbito del descanso; se manifiesta en otros aspectos de su vida, donde suelen ser personas dispuestas a escuchar, acompañar y ofrecer apoyo a quienes lo necesitan, compartiendo su tiempo y afecto de manera desinteresada.

Finalmente, se destaca una alta capacidad de adaptación. Compartir la cama con un animal requiere flexibilidad: ajustarse a sus movimientos, compartir la manta o tolerar ruidos nocturnos. Quienes lo hacen sin mayor conflicto demuestran una valiosa habilidad para adaptarse a los cambios, aceptar lo imprevisible y fluir con las circunstancias. Esta adaptabilidad es una herramienta fundamental en un mundo en constante transformación, permitiéndoles navegar situaciones nuevas o inesperadas con mayor facilidad y menor rigidez.

En definitiva, la elección de compartir el espacio de descanso con una mascota, más allá de ser un gesto de cariño, parece estar intrínsecamente ligada a un conjunto de rasgos de personalidad que dibujan individuos empáticos, emocionalmente conectados, adaptables y generosos. Dormir con una mascota, lejos de ser una simple comodidad, podría ser un espejo de cualidades internas que enriquecen tanto la vida del dueño como la de su fiel compañero.