El pluriempleo y la sobreocupación: síntomas de una profunda crisis laboral bajo la gestión de Javier Milei
La política económica actual ha empujado a millones de argentinos a buscar múltiples trabajos y extender sus jornadas, evidenciando que ni siquiera el sobreesfuerzo basta para escapar de la pobreza en un escenario de salarios cada vez más devaluados.

La grave crisis que atraviesa el mercado laboral argentino se manifiesta en dos fenómenos crecientes y preocupantes: el pluriempleo y la sobreocupación. Para compensar salarios que no alcanzan a cubrir las necesidades básicas, cada vez más personas se ven obligadas a asumir múltiples trabajos y a extender sus jornadas laborales hasta límites extenuantes. Esta realidad, lejos de ser una opción, se ha convertido en una estrategia de supervivencia que, lamentablemente, no garantiza salir de la pobreza.
Un mercado laboral precarizado y salarios a la baja
La flexibilización encubierta del mercado laboral ha propiciado un aumento sin precedentes del pluriempleo. En 2024, el 12,4% de los trabajadores argentinos (equivalente a 2,4 millones de personas), recurrieron a múltiples ocupaciones para intentar complementar ingresos insuficientes. A esto se suma que el 16,6% de los ocupados (3,5 millones) buscan activamente un empleo adicional, lo que demuestra la desesperación por mejorar su situación económica.
Paralelamente, la sobreocupación ha alcanzado el 29,2%, lo que significa que 5,8 millones de argentinos trabajan más de 45 horas semanales, y un número considerable de ellos supera las 57 horas, dedicando entre 9 y 11 horas diarias al trabajo. Este panorama, según Ana Rameri, coordinadora del Instituto de Pensamiento y Políticas Públicas (IPyPP), “refleja que el problema no es la falta de trabajo sino el tipo de empleo disponible, de baja calidad y escasa remuneración”.
La raíz de este problema reside en la marcada caída real de los salarios. Desde finales de 2017, los salarios estatales se desplomaron un 34%, mientras que los del sector privado perdieron un 18,83% de su poder adquisitivo. Si se analiza el período desde la asunción de Javier Milei, los haberes públicos registran una baja real del 15,33%. Aunque los salarios privados mostraron una leve recuperación del 0,6% en un momento, esta ganancia ya se esfumó hacia marzo de 2025.
Entre 2017 y finales de 2024, el número de pluriempleados aumentó en 790.000 personas, quienes, además, dedican en promedio 2,5 horas más por semana a sus actividades laborales. Solo entre mediados de 2023 y fines de 2024, 370.000 personas adicionales se vieron forzadas a tomar múltiples empleos, un efecto directo de la devaluación, la inflación galopante y la consiguiente merma del poder adquisitivo. La Encuesta Permanente de Hogares (EPH) revela que casi 4 millones de personas trabajan un promedio de 50 horas semanales, un millón cerca de 62, y otras 900.000 sostienen jornadas de entre 13 y 16 horas diarias.
La pobreza laboral: trabajar no garantiza escapar de ella
La sobreexplotación laboral no se limita al ámbito de la informalidad. Sorprendentemente, el 45,6% de los sobreocupados son asalariados formales, lo que subraya que la precarización y la necesidad de prolongar las jornadas atraviesan todos los segmentos laborales.
Lo más alarmante es que estas jornadas extenuantes no se traducen en una mejora significativa de los ingresos. A pesar de trabajar un 47,4% más de horas, los sobreocupados ganan solo un 12,8% más que el promedio, con una retribución horaria un 23,4% menor. Durante el último trimestre de 2024, la carga horaria promedio por puesto de trabajo aumentó un 4%, y para los asalariados registrados, la suba fue aún mayor (5,2%) debido al incremento de horas extra.
Esta sobreexplotación se enmarca en un contexto de precarización laboral y una alarmante caída del poder adquisitivo. El salario mínimo, vital y móvil, fijado en $302.600, se encuentra por debajo de la canasta básica total para un adulto mayor ($359.246), que define la línea de pobreza.
Ana Rameri enfatiza que, a pesar de tener un empleo, casi tres de cada diez personas (27,9%) son pobres, y un 4,3% son indigentes. Esto evidencia que “el trabajo no garantiza siquiera un umbral básico de reproducción”. La situación es aún más crítica para los asalariados no registrados (42,2% pobres) y los cuentapropistas (38,4% pobres). Incluso dentro del segmento formal, el 16,6% de los asalariados registrados se encuentra por debajo de la línea de pobreza, lo que plantea un desafío fundamental para las políticas públicas.