Inquilinos de por vida: la mitad de los jóvenes no accede a la vivienda propia y necesita el doble de ingresos para alquilar

Una radiografía de la precariedad habitacional juvenil revela un futuro sombrío donde la casa propia se desvanece y el alquiler se vuelve una quimera inalcanzable.

En el marco del 1° de mayo, una fecha que conmemora la lucha obrera, la realidad de los jóvenes trabajadores argentinos expone una paradoja inquietante: jornadas laborales extenuantes que no se traducen en la posibilidad de acceder a un derecho básico como la vivienda. Un alarmante 50% de los inquilinos en el país son hijos de padres que también alquilaron, perpetuando una cadena de imposibilidad que se agudiza con el paso de las generaciones. El crecimiento exponencial de la población inquilina en la última década (+40% en grandes urbes) es un claro síntoma de esta problemática estructural.

Si bien la dificultad para acceder a una vivienda propia es un problema que atraviesa a toda la sociedad, los jóvenes se ven particularmente afectados. Las elevadas tasas de desempleo, la creciente informalidad y la precarización laboral configuran un escenario donde la compra de una casa se torna un horizonte cada vez más lejano. Paralelamente, las condiciones para ingresar al mercado de alquileres se endurecen de manera alarmante. En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA), el valor promedio de un monoambiente consume un 69% del salario promedio de un joven. Para alcanzar una relación sostenible entre ingresos y alquiler (idealmente no superior al 30%), este salario debería incrementarse en un 112%.

La búsqueda de empleo para los jóvenes es, en sí misma, una batalla cuesta arriba. Nueve de cada diez jóvenes en Argentina reportan dificultades para encontrar trabajo, según una encuesta regional reciente. En un contexto de destrucción sostenida de empleo formal y una reforma laboral que apunta a flexibilizar aún más las condiciones de contratación, la urgencia económica empuja a una cuarta parte de la juventud a vivir en la indigencia y a aceptar cualquier empleo disponible.

La «odisea» de conseguir un techo

En Argentina, el 20% de la población es inquilina, y este porcentaje continúa en ascenso. El Instituto de Desafíos Urbanos Futuros (IDUF) ha puesto el foco en la particular situación de los jóvenes, quienes enfrentan una tormenta perfecta de obstáculos para acceder a un alquiler. Desde ingresos insuficientes hasta la falta de recibos de sueldo por la informalidad laboral, pasando por la dificultad para conseguir garantías propietarias, seguros costosos y la exigencia de comisiones y meses adelantados, el camino hacia un contrato de alquiler se asemeja a una misión casi imposible. Los datos oficiales del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) revelan un aumento del 16% al 18% en la tasa de hogares inquilinos en los últimos siete años, tendencia que se replica y se agudiza en otras grandes ciudades como Rosario, Córdoba y Mendoza. En CABA, el salto es aún más pronunciado, pasando del 29% al 37%.

El Índice de Emancipación (IDE) calculado por el IDUF en CABA ilustra la magnitud del problema. Un monoambiente promedio requiere el 69,6% del salario de un joven de entre 18 y 24 años. Incluso compartiendo un departamento de dos ambientes, el gasto en alquiler representa casi la mitad (48%) de la suma de dos salarios jóvenes.

Ante este panorama, la pregunta clave que surge es cuánto dinero adicional necesitan los jóvenes para alcanzar una relación razonable entre su salario y el costo del alquiler. Considerando que las normas internacionales recomiendan destinar menos de un tercio de los ingresos al total de los gastos de vivienda, el IDUF concluye que un joven que vive solo en un monoambiente necesitaría un salario de $914.941 para que el alquiler represente solo el 30% de sus ingresos. Esto implica un aumento del 112% en sus ingresos actuales.

Un futuro laboral incierto

Esta brecha entre ingresos y el costo de vida se ensancha aún más por la precaria situación laboral de la juventud argentina. El desempleo juvenil duplica la tasa general, alcanzando el 13,8% entre las mujeres jóvenes y el 12,5% entre los varones jóvenes al cierre de 2024. A esto se suma que el 70% de los jóvenes trabaja en la informalidad y el 60% vive en la pobreza. La situación es aún más crítica en los barrios populares, donde el 90% de los jóvenes trabaja de manera informal y muchos comenzaron a trabajar siendo niños.

La imposibilidad de emanciparse residencialmente no es un fenómeno exclusivo de Argentina, pero aquí adquiere tintes particularmente preocupantes. Mientras que en la Unión Europea el 30% de los jóvenes de entre 25 y 34 años aún vive con sus padres, en Argentina este porcentaje ronda el 40%. La alerta del IDUF es clara: si esta tendencia no se revierte, el acceso a la vivienda se convertirá en uno de los problemas más graves del futuro, perpetuando la desigualdad generacional.

El tipo de trabajos a los que acceden los jóvenes y sus condiciones laborales y salariales son factores determinantes en esta problemática. Un informe del Instituto Pensamiento y Políticas Públicas (IPYPP) revela que el 62,1% de los jóvenes enfrenta la ausencia de contratación laboral formal o modalidades precarias, mientras que un 8,6% adicional, incluso con empleo formal estable, percibe ingresos inferiores al Salario Mínimo, Vital y Móvil (SMVyM). Un dato escalofriante es que el 12,6% de los jóvenes de entre 18 y 24 años se encuentra en situación de indigencia.

Finalmente, la tendencia creciente del monotributo en detrimento del empleo asalariado formal, acentuada desde fines de 2023, sumada a la reciente reforma laboral que flexibiliza las contrataciones, podría agravar aún más la precariedad laboral juvenil y, por ende, sus posibilidades de acceder a una vivienda digna. El sueño de la casa propia, que para la generación de sus padres era una posibilidad tangible, se desvanece para una juventud acorralada por la incertidumbre económica y la imposibilidad de construir un futuro estable.