Disparen a los ojos: el método que Bullrich importó desde Israel para desgastar manifestaciones

La brutal represión en el Congreso reaviva el debate sobre la violencia estatal y el preocupante modelo importado de Israel. Balas de goma, detenciones arbitrarias y ojos perdidos en un operativo que desnuda la verdadera cara de la "seguridad" del gobierno de Milei.

Si la represión tuviera un manual, Argentina estaría aplicando la edición israelí con lujo de detalles. El saldo de la protesta del miércoles en el Congreso no dejó dudas: la Policía y la Prefectura salieron a la caza de manifestantes como si se tratara de una zona ocupada. Hubo golpes, gas lacrimógeno y, lo más alarmante, una preocupante cantidad de disparos en la cara. Jonathan Navarro, un vecino de San Martín, es la última víctima visible de una doctrina represiva que apunta directo a los ojos. Literalmente.

En total, más de 20 personas resultaron heridas y 100 detenidas en un despliegue de violencia que pareciera no ser un error, sino un plan premeditado. Navarro perdió un ojo al intentar ayudar a dos jubilados en medio de la estampida policial. No es un caso aislado: en febrero, el asesor legislativo Matías Aufieri sufrió el mismo destino por una bala de goma que le destrozó la vista.

Detrás de esta sistemática mutilación hay una estrategia bien documentada en Israel, donde disparar a los ojos es una práctica de «control de multitudes» aplicada a la población palestina. Ahora, este modelo ha cruzado el Atlántico y se instala en Argentina con la bendición del Ministerio de Seguridad de Patricia Bullrich.

Pero la represión del miércoles no solo se cobró ojos. La brutalidad alcanzó a una mujer de 83 años, golpeada y arrojada al suelo por la Policía. Y a Pablo Grillo, un fotógrafo que terminó con una grave herida en la cabeza tras recibir el impacto de un proyectil de gas lacrimógeno disparado a quemarropa.

Mientras Bullrich y su equipo justificaban el operativo con el gastado argumento del «enemigo interno», las redes sociales ardían con videos de provocaciones policiales: patrulleros abandonados con sirenas encendidas, infiltrados generando disturbios y un patrullero incendiado en circunstancias sospechosas. La torpeza del montaje dejó en evidencia que la narrativa de «terroristas urbanos» es tan burda como peligrosa.

La represión en el Congreso marca un antes y un después. No es casualidad, es política de Estado. La importación de la doctrina israelí confirma que el gobierno de Milei está dispuesto a todo para sofocar la protesta social, incluso al costo de transformar a sus ciudadanos en carne de experimentación represiva. Mientras piden «aguantar el ajuste», refuerzan el aparato represivo para asegurarse de que nadie se mueva. Y así, con cada ojo que se apaga, se enciende una chispa más de indignación en la sociedad. Porque la historia enseña que, al final, las balas de goma también pueden salir por la culata.