La leyenda del hombre gato
En 1984 un desconocido enfundado en un disfraz gatuno inició una ola de ataques en Buenos Aires nunca esclarecidos
Impredecible y amoral como todo gato, apareció de repente una noche de invierno de 1984 en Brandsen para iniciar un derrotero de tropelías por el conurbano bonaerense. A lo largo de siete meses puso de cabeza a la policía, aterrorizó a la población de distintas localidades y se ganó un lugar destacado en las noticias, hasta que se esfumó tan súbitamente como había llegado dejándonos con una incógnita que todavía perdura.
Estamos hablando del desconocido que aquel año perpetró varios ataques disfrazado de gato con resultados obviamente desastrosos, porque un humano y un gato solo pueden dar lugar a la peor cruza posible.
Según dijeron los testigos, se trataba de un ser vestido enteramente de negro, con una máscara equipada de orejas punteagudas y con garras de metal con las que hería a sus desprevenidas víctimas mientras profería horrorosos maullidos.
Al principio se lo llamó “el Gato Montés” pero pronto el Diario Popular lo rebautizaría inmortalizándolo como “El Hombre-Gato”. Salvo por los primeros episodios, que fueron ataques sexuales, nunca se supo por qué se dedicó durante meses a sorprender y rasguñar transeúntes para luego huir sin matar ni robar, lo cual en realidad no deja de tener cierta lógica: los que tenemos un gato en casa sabemos que este animalito juega todo el tiempo a sorprendernos y simular que nos ataca porque la Naturaleza lo diseñó justamente para que esa sea su principal ocupación.
Estoy viendo a un feo gatito
La mañana del 5 de agosto de 1984 la localidad bonaerense de Brandsen amaneció con la noticia del asalto sexual a una joven la noche anterior, que dijo haber sido sorprendida en su cuarto por un hombre enmascarado que maullaba, con garras, disfrazado de gato.
Pronto los vecinos comenzaron a escuchar en las noches horribles maullidos que claramente eran producidos por una persona y poderosos rasguños en las puertas de las viviendas. Quienes hablaron con la prensa amarillista dijeron haber visto a un hombre alto dotado de una increíble agilidad que andaba por los techos con la misma destreza con que lo haría un minino.
Se dijo que la Policía le dio poca relevancia al principio y los ataques siguieron aunque ya no eran de tipo sexual sino incomprensibles. El malvado felino humano sorprendía a cualquiera que anduviera por la calle en la noche y simplemente lo lastimaba con sus poderosas garras artificiales para después huir sin robarle nada.
El miedo se apoderó de la gente al punto que ya nadie salía cuando bajaba el sol. Los hombres se empezaron a organizar para darle caza mientras que la Policía rastreaba sin suerte las llamadas del maleante gatuno, que constantemente se burlaba. La paranoia alcanzó tal magnitud que los hombres jóvenes y atléticos de Brandsen se transformaron en sospechosos y hasta hubo un profesor de karate, Carlos Godoy, que se vio obligado a aclarar públicamente que él no tenía nada que ver con el peludo personaje.
Hubo un testigo que se dio a conocer como Arnaldo Llaños, que dijo haber sido sorprendido una noche por el extraño felino y haber luchado con él, saliendo vivo de milagro aunque con un par de heridas. Nunca más se supo del tal Llaños y hubo quienes pensaron que fue un testigo con nombre falso, pagado por los medios amarillistas para seguir vendiendo ejemplares.
Sin embargo, el famoso gato estaba muy lejos del verdadero espíritu felino porque se sabe que la curiosidad mató al gato y que a estos animales el peligro no los disuade de persistir en sus travesuras. En cambio, este atacante seguramente se habrá percatado de que tantos vecinos armados representaban un enorme riesgo así que no tardó en mudarse a otras localidades. Monte Grande, Burzaco, Almirante Brown y Lavallol se convirtieron en nuevos blancos de sus ataques y también se lo vio de trapisondas en Córdoba, Santa Fe y en Capital Federal, en zonas de arboledas.
Gatos empoderados
Cuando el desconocido amplió su radio de acción, las historias que circularon empezaron a cambiar muchos detalles –para algunos usaba pantalón y polera negra mientras que para otros estaba cubierto de pelo, por ejemplo- pero todos coincidían en que ya no se trataba de un solo Hombre-Gato sino de varios que se complotaban para salir a maullar muy fuerte a la vez que arañaban las puertas, y hasta murmuraban entre ellos palabras que parecían del portugués.
En esta segunda etapa el miedo alcanzó el rango de una psicosis colectiva –sobre todo entre los niños y las chicas jóvenes- porque además estos felinos estaban más desatados que nunca y ya no eran babosos acosadores de mujeres, sino verdaderos cazadores: se arrojaban desde las copas de los árboles a clavar sus garras en el que pasara debajo, aunque afortunadamente no llegaban a matar.
El límite llegó cuando se informó de una niña de 9 años que sufrió heridas considerables y finalmente se habló de dos hombres que resultaron muertos. La verdad es que nunca se confirmó la veracidad de esas dos muertes que informaron algunos medios pero fue suficiente para desatar el pánico y forzar a la Policía a un operativo más contundente.
A fines de diciembre de 1984 se publicó la versión de que habían abatido en Ezeiza a un hombre disfrazado de gato, pero la alegría duró poco. En los primeros días de 1985 el despreciable bicho volvió a ser noticia y esta vez se dijo que un joven que integraba la patrulla vecinal del barrio de Cabañas recibió un balazo que iba dirigido al Hombre-Gato, quien logró escabullirse y escapar… ¡a bordo de un auto manejado por uno de sus amigotes-gato!
Sin cartita de despedida
El último megaoperativo del que se tiene noticia ocurrió en General Sarmiento a fines de febrero de 1985, cuando se lo vio por última vez. Seguramente consciente de que tarde o temprano algún vecino acertaría y le pondría fin a sus nueve vidas de un solo balazo, el Hombre-Gato se esfumó tan furtivamente como había llegado, dejándonos para siempre con la intriga de su identidad y de sus motivos.
En la nota de la Revista Oz se detalla la historia que hace 35 años atemorizó a la población y las extrañas teorías que se tejieron en torno a él (o ellos). Se dijo, por ejemplo, que los hombres gato pertenecían a una siniestra secta brasileña (de ahí las palabras sueltas que se les escucharon pronunciadas en portugués) y también se pensó que podía tratarse de una raza de supersoldados creada artificialmente por los militares.
Existe otro trabajo, esta vez una monografía, en la que se detalla las peripecias de esta bizarra investigación que transcurrió más bien en el ajetreado mundo de los medios antes que en el racional ámbito de la ley.
En el balance final, ante lo poco creíbles que sonaban las historias en torno a este curioso personaje, para las autoridades todo se redujo a un ataque inicial de algún pervertido que se disfrazó para abusar de una joven, al que siguieron un par de imitadores bobalicones. El resto –los testigos, los hombres cubiertos de pelos que corrían por los tejados, las patrullas vecinales- habría sido una pura invención –o por lo menos exageración- de los diarios y revistas que aquella vez incrementaron sus ventas con la saga de los ataques.
Pero invento o no, el Hombre-Gato quedó en la memoria de muchos que todavía recuerdan los días en que nos tuvo en jaque, y su leyenda forma parte de varios libros sobre los mitos urbanos de Buenos Aires.
No sabemos si está vivo todavía aunque descartamos que 35 años después esté en condiciones de volver a hacer de las suyas. Pero quizás acercándose a la vejez aquel gato malcriado haya madurado y se decida a ir a algún magazine de la TV y confesar que un día lejano de 1984 asustó a los argentinos liderando la pandilla de los Hombres-Gato. ANP