Argentina sin brújula
Más allá de la disputa que se da en Moscú, con el Mundial de Fútbol, de la disputa que se dio (en buena hora) en el Congreso Nacional por el aborto legal, seguro y gratuito, los vecinos dan una batalla diaria desde hace un tiempo a esta parte, que no figura en los titulares de los diarios más vendidos, y que subyace por debajo del exitismo que provocan algunas situaciones ganadas: la batalla de llegar a fin de mes con comida en la mesa todos los días.
Las corridas bancarias, la escalada del dólar, la inflación creciente, la incertidumbre financiera, provocan necesariamente una escalada en los precios del consumidor que se cruza con la economía diaria. Normalmente uno diría: en este contexto, en el que nuestra moneda es el peso, por qué la economía se ata al dólar.
Lo cierto es que muchos indicadores de la economía argentina están dolarizados: es el caso del trigo, por citar un ejemplo, lo que provoca además, que las panaderías comiencen a tener inconvenientes para poder sostenerse. A finales de 2015 en diciembre el dólar cotizaba 13.45; ya para 2016 misma fecha, el dólar había escalado a unos 16.30; cotización que en diciembre de 2017 entraba en una recta de 18.8, de esos casi 19 pesos, en seis meses el dólar subió casi 10 pesos por unidad.
Lo que nos dice este recorrido es claro: nuestra moneda, en pesos, se devalúa en relación al dólar y entendiendo que gran parte de nuestra economía está dolarizada y que los sueldos, aumentan a la mitad de lo que marca la inflación, el poder adquisitivo de los vecinos se deprecia. Esa es la batalla a la cual se enfrentan los vecinos todos los días.
Sumado a esto, hasta ahora la inestabilidad cambiaria, la necesidad de consumo y la inflación creciente eran los problemas más reales, pero no menores, con los que se encontraban quienes querían invertir en el país, inyectar capitales, y reactivar así la economía. Pero esta semana última se sumó un problema más que genera incertidumbre a la hora de pensar en el país como uno de los candidatos: la inestabilidad institucional, y el sin rumbo económico, que ya no solo preocupa a quienes están dentro del país viviendo, sino también a quienes, estando fuera, quieren aportar soluciones al problema.