¿Ha sobrevivido Humphrey Bogart a los posmodernos?
Este mundo ya no mira a Bogart con aquellos ojos golosos de Bacall en «El sueño eterno» o en «Tener y no tener». Pero cambiará el mundo y no Bogart.
Tras un ligero análisis, el diagnóstico es preocupante: Humphrey Bogart lleva encima ya tres años más de muerte que de vida. Cayó a los 57 y en pleno esplendor no tanto suyo como de su figura. La pregunta, aunque absurda, es quizá lo único interesante de estas líneas: ¿Conserva Bogart ahora la «salud» que tenía entonces? Y la respuesta, que no puede ser personal, sino general o generacional, puede hallarse tras una mirada no tanto a sus constantes vitales como a las del mundo y el cine que nos rodea.
Supongo al lector informado, al menos en lo universal, de la vida y de la obra de Bogart, y por lo tanto conocedor de un detalle crucial para darle cierta forma de respuesta a la pregunta: Bogart no es un actor, es un personaje. Más allá de sus notables capacidades para la interpretación, Bogart nunca fue uno de esos actores de magisterio, vocación y servidumbre que se meten en el personaje, sea cual sea, y desaparecen en él, aún a riesgo de su propia vida (adelgazar, engordar, enloquecer…, ejemplos de actores sublimes, como De Niro, Daniel Day Lewis, Christian Bale…), sino que el personaje de Bogart permitía que el de la ficción se metiera en él, se moldeara en él: Bogart dentro de la pantalla.
Un tipo solitario, desengañado, de una dureza inquebrantable aunque permitiera sospechar ciertos resquicios de melancolía y romanticismo, con un punto de apoyo en el cinismo, pero sin perderle el rastro a la lealtad, a ciertos principios y a un equilibrio entre la dignidad propia y del entorno… Buscarle en la pantalla fuera de ese personaje es posible (en muchas películas, sobre todo al comienzo, no hizo de él, entre otras cosas porque se estaba escribiendo el guión), pero no importante.
Dicho lo cual, obtenemos el personaje al completo, por dentro y por fuera: alguien de aspecto rocoso, enfundado en un traje tan oscuro como él, con gabardina ferozmente impermeable, con sombrero de interior, que fuma, bebe y chasquea los labios, con una voz de cacerola que escupe sarcasmo y a veces eternidad (que hora es justo lo contrario a modernidad)…, y volvemos a la pregunta: sesenta años después de su muerte, ¿dónde colocamos su póster? ¿Alguien de las nuevas generaciones, del cine o de la vida, tiene sitio en la pared para colgarlo?… Cuando los años sesenta se encontraron con ese personaje entre las manos de Belmondo y Godard lo pusieron en un marco que parecía indestructible, quién iba a sospechar que hoy se desliza hacia un lugar solitario, como Dixon Steele, el guionista violento de esa obra maestra que firmó Nicholas Ray para que Bogart mostrara otro pedacito de sí mismo.
Se ha escrito más de Bogart que de la Segunda Guerra Mundial. Conocemos a todos los Bogarts, al duro, al tierno, al solidario, al mujeriego, al insoportable, al que bebía hasta convertirse en Bogart, al que hilaba matrimonios, al que sedujo a la casi menor Bacall, al que sacaba de quicio a Wilder, al que dejó Broadway, al que fracasó en Hollywood y al que se encontró con los años allí. Desde su primera película (y saltamos «El conquistador», de ese mismo año, 1930), «Río arriba», donde conoció para siempre a Spencer Tracy y aguantó al casi primerizo John Ford, hasta la última, «Más dura será la caída», una obra maestra del boxeo, del periodismo, del cine y de los arriba y debajo de la vida, Humphrey Bogart es un minucioso constructor de trascendencia, alguien que modela la figura y cimientos del hombre tal y como será durante el siglo XX, tanto en sus aspectos más banales (cómo acodarse en la barra de un bar, cómo encender un pitillo, cómo encender con chispa una frase de respuesta…) como en los más sustanciales, los vinculados al pensar, al sentir, al hacer, al dejar de hacer… Evidentemente, nadie es Bogart (tal vez, ni siquiera él), pero su molde era una cantimplora, siquiera medio vacía, que se ha llevado colgada durante generaciones.
Pero, cuál era la pregunta…, ¿conserva Bogart ahora, en el siglo XXI, la «salud» que tenía entonces?… Uno diría que a aquel Bogart no le iba a gustar ni un pelo este mundo, y que probablemente es una impresión recíproca, que este mundo ya no mira a Bogart con aquellos ojos golosos de Bacall en «El sueño eterno» o en «Tener y no tener». Pero cambiará el mundo y no Bogart. Que nadie tire el póster, porque otro siglo lo espera.