Publican el primer libro de fotografías que busca preservar la memoria trans
Con la calidad de un libro de fotografía y el intimismo de un «álbum de fotos familiar», la primera recopilación de memoria trans en formato papel invita a asomarse a la vida cotidiana de las travestis de los años ’40 a ’90, a través de imágenes tomadas por ellas mismas en contextos festivos que contrastan con la dureza de algunos relatos, donde en primera persona hablan también de siliconas, exilios y muertes.
«El proyecto surge con la exposición fotográfica del Archivo de la Memoria Trans en el Haroldo Conti, ‘Esta se fue, a esta la mataron, esta murió’ en el 2017, cuando nos empezaron a leer como protectoras de una historia y a pensarnos con un libro que estuviera a la altura de cualquier otro de fotografías», dijo a télam la directora del archivo, María Belén Correa.
No obstante, el libro funciona además como «un álbum familiar», elaborado con una lógica colaborativa como ocurre entre parientes, cuando a alguien se le ocurre compilar las imágenes que dan cuenta de la historia común y «le pide una foto a cada», señaló Correa.
Desde su estética, la obra evoca no sólo estos artefactos de la memoria, sino la identidad del grupo retratado, con su «tapa rosa y letras de glitter» que recuerda aquello de que «las maricas no se mueren, sino que se convierten en purpurina», explicó.
Es que la tapa/contratapa con solapas desplegables, incluye en su interior los apodos de 600 chicas trans fallecidas, que «conceptualmente ‘abrazan’ el libro», explicaron desde la editorial.
La obra incluye 219 imágenes; entre instantáneas de momentos compartidos y facsímiles de cartas, postales y tarjetas.
«En este libro nadie habla por nosotras, como siempre se hizo», dijo Correa, al evaluar que las imágenes más difundidas de la población trans «siempre las hicieron fotógrafos cisgénero y con la mirada sensacionalista», pero esta obra rehúye de esa mirada, como escapa también del enfoque académico porque «ninguna de las chicas son antropólogas ni fotógrafas».
Si la selección de fotos forma parte de las más de 5000 piezas con las que cuenta el archivo, los textos fueron tomados de los comentarios y posteos disparados por esas mismas imágenes en un grupo cerrado de Facebook integrado por más de 1.600 personas travestis y trans.
«Nada fue escrito para el libro sino compilado de este grupo que es un generador constante de material», explicó Correa.
Las fotografías más antiguas son de la década del ’40 y fueron aportadas por Malva Solís, que en 1951 fundó la primera organización trans de la que se tenga registro – Maricas Unidas Argentinas- y que falleció en 2015 a sus 93 años, resultando una de las integrantes más longevas de una comunidad con una expectativa de vida de sólo 38 años.
Correa explicó que «todas las participantes del libro son mayores de 40», es decir, «sobrevivientes» de las múltiples vulneraciones de derechos que truncan prematuramente muchas vidas trans, al punto que de los 9000 cambios de DNI registrados por el Registro Nacional de las Personas (Renaper) desde la sanción de la ley de identidad de género hasta febrero de este año, sólo 90 (1%) correspondieron a mayores de 60 años.
Muchas de las fotos del libro corresponden a alegres noches de carnaval de diferentes épocas y latitudes.
Correa explicó que el carnaval -como el exilio- tenía «un significado de libertad», donde la expresión de la identidad trans no corría el riesgo de ser reprimida por la policía y era celebrada por el público, pero también era un ritual de «bailarle a la muerte, porque no sabías si mañana también ibas a estar».
El libro también habla de las muchas trans en situación de prostitución que murieron atropelladas en la autopista, escapando de la policía que podía encarcelarlas por hasta 90 días en la provincia de Buenos Aires o 24 horas en la Capital Federal por «vestimenta del sexo contrario» o «incitación al acto carnal», entre otros argumentos, sin intervención del sistema judicial.
«O cruzabas la Panamericana corriendo o pasabas 30 días presa o pagabas (coima) a cada patrulla que pasaba, pero por ahí le habías pagado a tres y para el cuarto ya no tenías o resulta que te tenía que llevar igual para completar el libro (de arrestos diarios)», recordó.
La obra refleja también los numerosos exilios internos y externos en la comunidad.
«No solo estaba el asedio familiar sino de la sociedad, por eso la de Paraná viajaba a Santa Fe, la de Santa Fe a Rosario, la de Rosario a Capital y la de Capital a Europa», cuenta Correa, a quien en 2001 EEUU le otorgó asilo político y desde entonces vive en el extranjero.
Algunos testimonios dan cuenta también de las sesiones de «silicón» durante las cuales se ponían en manos de una compañera para que casi mágicamente y a fuerza de inyecciones, les hiciera brotar esas curvas tan deseadas que hoy experimentan como «bombas de tiempo» por la peligrosidad del producto y la imposibilidad de quitarlo.
Otros recuerdos evocan su paso por las comisarías que también funcionaron como centros clandestinos de detención durante la última dictadura, cuando fueron testigos involuntarias de los gritos de tortura y de la sangre derramada en espacios comunes.
«Las chicas eran utilizadas como servicio de limpieza en los mismos lugares donde las llevaban presas desde los años 40 y ellas no supieron que ahí hubiera también centros clandestinos», dijo.
Mientras funcionaron los edictos policiales, para las personas trans no había diferencia entre democracia y dictadura, y la verdadera libertad sobrevino en 2012.
Algunos aportes también refieren al «carrilche», un lenguaje creado por las trans allá por los ’80 para alertarse en código ante situaciones de riesgo o bromear entre compañeras sin que nadie más lo supiera.