Fallout: la sátira nuclear que convierte el apocalipsis en un negocio

Con el estreno de su segunda temporada, la serie inspirada en la mítica franquicia de videojuegos profundiza su crítica social sobre el poder, el clasismo y la supervivencia en un mundo devastado.

La serie Fallout se ha consolidado como un fenómeno cultural que trasciende el lenguaje del videojuego homónimo. Aunque desarrolla una narrativa original, la ficción creada por Jonathan Nolan respeta la atmósfera retrofuturista y cínica de la franquicia: un universo nacido de las cenizas de una guerra nuclear ocurrida en el año 2077. Tras una primera entrega aclamada, la segunda temporada llega a Prime Video para explorar las consecuencias de los secretos revelados y la ambición de quienes pretenden reconstruir el mundo a su imagen y semejanza.

El refugio como laboratorio social

La premisa más provocativa de la serie radica en su visión del holocausto nuclear no solo como una tragedia, sino como una oportunidad de mercado. Durante los albores del conflicto, las corporaciones más poderosas de robótica y electrónica diseñaron un ambicioso proyecto de refugios subterráneos —los Vaults— supuestamente destinados a preservar a la humanidad. Sin embargo, la población adinerada que compró su lugar en ellos ignoraba un detalle siniestro: cada búnker fue concebido como un laboratorio para realizar experimentos psicológicos y sociológicos extremos con sus habitantes.

Esta sátira del capitalismo corporativo utiliza la figura de Cooper Howard (interpretado magistralmente por Walton Goggins), una estrella de Hollywood contratada para promocionar estos refugios. Su asociación con la venta de la «supervivencia» termina por destruir su carrera al instalar la idea de la muerte inminente en el imaginario colectivo, marcando el inicio de una transformación que lo llevará a convertirse en un protagonista clave del páramo dos siglos después.

Dos mundos en colisión

La narrativa establece una dicotomía visual y moral entre dos realidades paralelas. Por un lado, el confort estéril del mundo subterráneo, donde bajo una fachada de civilización florecen las refriegas clasistas y los juegos de poder. Por otro, la superficie de lo que alguna vez fue Los Ángeles, un territorio donde impera el caos, la radiación y el horror, pero también una libertad salvaje que los habitantes del refugio no pueden comprender.

La joven Lucy MacLean (Ella Purnell) es el nexo entre estos mundos. Movida por la búsqueda de su padre, Hank MacLean (Kyle MacLachlan), Lucy abandona la seguridad de su hogar subterráneo para enfrentarse a la desolación exterior. En su travesía se cruza con Maximus (Aaron Moten), un soldado de la Hermandad del Acero, y con «The Ghoul», la versión necrófaga e inmortal de aquel cowboy de Hollywood, quien sobrevive desde hace 200 años buscando rastros de su propia familia perdida en el tiempo.

Hacia nuevos horizontes de poder

Hacia el final de la primera temporada, el velo de inocencia de Lucy se desgarra al descubrir los oscuros secretos que su padre y las corporaciones ocultaban. Mientras tanto, su hermano Norm (Moisés Arias) desentraña desde adentro las conspiraciones que rigen la vida bajo tierra.

En esta segunda temporada, la trama escala hacia niveles políticos más complejos con la consolidación de personajes como Robert House (Rafi Silver), un ejecutivo de alto vuelo perfilado como un futuro y autoritario gobernante. Con ocho episodios cargados de humor negro y una estética impecable, Fallout reafirma que, incluso después del fin del mundo, los conflictos humanos por el control y la jerarquía permanecen intactos.