De la «Ficha Limpia» a la offshore: el doble juego de la ética y el escándalo en el neoliberalismo criollo

La renuncia de Espert por el vínculo narco-dólar abre un agujero negro que La Libertad Avanza busca tapar con Santilli, el cruzado de la "ética" que carga con la pesada mochila de 14 sociedades y paraísos fiscales. La inconsistencia moral como nueva divisa política.

La hipocresía del Colo como moneda de cambio

El teatro de la política argentina acaba de vivir otro acto de su interminable farsa. La renuncia de José Luis Espert a la candidatura por la provincia de Buenos Aires, asfixiado por la revelación de los $200.000 provenientes de un empresario acusado de narcotráfico, Federico Andrés «Fred» Machado, no es solo una baja electoral para La Libertad Avanza. Es la confirmación de una patología política que se niega a morir: el uso cínico de la ética como herramienta de ascenso, mientras se mantiene una oscura vida paralela.

El presidente Javier Milei, en su intento por revestir el naufragio de épica («No vamos a permitir que una operación maliciosa lo ponga en riesgo»), acepta la dimisión forzada. Pero el problema no es solo el aire pestilente que deja el vínculo con el narco-dólar. El verdadero desafío para el oficialismo es cómo suturar la herida en el principal distrito electoral. Y la respuesta, o al menos el murmullo de recambio, trae consigo una nueva y profunda contradicción, cuyo nombre y apellido es Diego Santilli.

El ex macrista, ahora fervoroso conversor a la fe libertaria, emerge como el potencial salvador de la lista bonaerense. Un movimiento que, analizado en profundidad, desnuda la esquizofrenia moral de la clase dirigente. Santilli fue uno de los promotores más enfáticos de la ley de «Ficha Limpia», erigiéndose en el paladín de la transparencia y la probidad republicana. Sin embargo, su propia biografía económica y familiar es un prontuario de opacidad que choca de frente con el discurso que él mismo vendió.

El paraíso fiscal como geografía del poder

Las recientes revelaciones sobre la madeja de 14 sociedades ligadas a Santilli y su círculo íntimo, incluyendo la mención de firmas en paraísos fiscales, transforman su perfil de «cruzado» en el de un contorsionista fiscal. Cuando un dirigente que clama por la pureza ética debe dar explicaciones sobre la existencia de empresas offshore como Lakerise Internacional Limitada, no se trata de un mero desliz contable; es un síntoma de que la ley moral del político se flexibiliza cuando toca la propia billetera.

Recordemos que Santilli ya había aparecido en los Pandora Papers en 2021. Su justificación de antaño —»Es normal, todo el mundo lo hace»—, que pretende normalizar la evasión fiscal o el ocultamiento de patrimonio en jurisdicciones de baja o nula tributación, es un atajo ético inadmisible para un funcionario público. La utilización de estructuras societarias en lugares como Panamá o las Islas Caimán no es un pecado per se, pero sí un indicio formidable de la voluntad de reducir la carga tributaria en el país que se dice querer gobernar. Eludir al fisco de la Nación que se aspira a representar es un acto de soberana deslealtad cívica, además de un privilegio reservado solo a quienes tienen el capital para montar estos sofisticados andamiajes.

El psicoanálisis nos enseñaría que la necesidad de proyectar una imagen de rectitud (la «Ficha Limpia») puede ser inversamente proporcional a la oscuridad de lo que se intenta ocultar. En el caso de Santilli, el superyó moralista de la campaña entra en colisión directa con el ello pragmático de las finanzas familiares.

La sucesión del escándalo y la degradación continua

El reemplazo de Espert por un Santilli bajo la sombra de las offshores no purifica a La Libertad Avanza; simplemente la transforma, reemplazando un escándalo con olor a pólvora por otro con tufo a maniobra financiera turbia. El mensaje que se envía a la ciudadanía es devastador: la clase política, sea cual fuere su camiseta, maneja un doble estándar. Exige honestidad al votante, pero juega con la opacidad en sus negocios.

Esta es la Argentina del cinismo profundo. Aquella donde el supuesto adalid de la «libertad» económica (Espert) debe renunciar por recibir dinero cuyo origen se remonta al narcotráfico, y su posible sucesor es un cruzado de la «ética» (Santilli) que usa las mismas herramientas de ocultamiento fiscal que critican. No son dos casos aislados, sino la radiografía de un sistema que ha normalizado la corrupción, la opacidad y, lo que es peor, la hipocresía como estrategia política central.

La democracia argentina no solo debe combatir el crimen organizado y el lavado de activos, sino también la corrosión silenciosa de la confianza que genera esta promiscuidad entre la vida pública y las finanzas secretas. El laissez faire moral es tan peligroso para la República como la hiperinflación para la economía. La pregunta que queda flotando es: ¿cuánto más resistirá el tejido social la contradicción flagrante de líderes que prometen austeridad y transparencia, mientras practican la evasión y la opacidad? La calidad democrática se ahoga en este pantano.