El plato argentino cambia de cara: más polenta, menos carne en la crisis
Con 16 meses consecutivos de caída en el consumo masivo, las familias reconfiguran su dieta ante la inflación y la pérdida de poder adquisitivo. Mientras las carnes se vuelven inalcanzables para muchos, los hidratos de carbono ganan terreno, en una clara señal de la desigualdad económica que marca la coyuntura.

La carne vacuna, pilar de la identidad culinaria argentina, está desapareciendo progresivamente de la mesa de millones de hogares. El dato no es anecdótico: es el síntoma más palpable de una profunda crisis económica que se traduce en 16 meses consecutivos de caída del consumo masivo y obliga a las familias a reemplazar las proteínas de origen animal por opciones más económicas como el arroz, los fideos y la polenta para poder subsistir.
Según datos de la consultora Scentia, que monitorea la evolución del consumo masivo, el retroceso en marzo de 2025 alcanzó un contundente 14% en comparación con el mismo mes del año anterior. Este número profundiza la tendencia negativa, llevando la caída acumulada en el primer trimestre del año al 8,5%. La persistencia de la inflación, sumada a la erosión constante del poder adquisitivo de los salarios, impacta de lleno en los sectores de menores ingresos, forzándolos a ajustar hasta en los gastos más esenciales, como la alimentación. Para los hogares que se encuentran por debajo de la línea de pobreza, cortes de carne vacuna que antes eran habituales se han convertido en un lujo esporádico o directamente inalcanzable.
La drástica modificación en los hábitos de consumo se refleja claramente en las estadísticas de la industria cárnica. Un informe de la Cámara de la Industria y Comercio de Carnes y Derivados (Ciccra) revela que el consumo promedio de carne vacuna por habitante cayó a 47,8 kilogramos anuales, el nivel más bajo registrado en las últimas tres décadas. Solo durante el mes de marzo, la demanda disminuyó un 2,7% respecto a febrero y un 5,4% en la comparación interanual. El principal factor detrás de este desplome son los aumentos de precios, que en pocas semanas superaron el 30% en cortes populares como la carnaza común o el roast beef, impulsados tanto por la inflación general como por efectos de la devaluación.
Ante la imposibilidad de costear la carne vacuna, los consumidores se vuelcan hacia alternativas más económicas. El pollo y el cerdo ganan participación, pero la tendencia más marcada es el repunte constante en las ventas de alimentos secos y de menor costo calórico, como el arroz, la polenta y los fideos. Este cambio de patrón alimentario se observa directamente en las góndolas de los supermercados, en un contraste evidente con la contracción en las ventas de carne. El fenómeno no se limita solo a los alimentos: rubros considerados «discrecionales», como las bebidas alcohólicas, también mostraron una caída significativa, registrando un retroceso del 10%.
Un relevamiento de NielsenIQ confirma esta reconfiguración del gasto en los hogares argentinos. El informe señala que, si bien productos de limpieza y cuidado personal mantienen cierta prioridad, las familias ajustan cada vez más en alimentos, volviéndose «más selectivas, comprando menos y optando por marcas más baratas». Esta actitud, definida por el relevamiento como de «consumo responsable», es en realidad una adaptación forzada a un escenario donde los ingresos no logran seguir el ritmo de los precios.
Sin embargo, el panorama de consumo no es uniforme para todos los estratos sociales. Mientras la mayoría de la población, concentrada en las clases bajas y medias bajas, restringe su dieta y ajusta gastos básicos, los sectores de mayores ingresos muestran claras señales de reactivación económica. Los datos del primer trimestre de 2025 son elocuentes: las ventas de automóviles 0 km subieron un 90% interanual, las escrituras de inmuebles aumentaron un 94%, y los viajes al exterior registraron un crecimiento del 74%. Esta disparidad traza una postal nítida de la creciente desigualdad en el consumo y evidencia cómo la recuperación económica, cuando existe, no se distribuye equitativamente.
Con un poder adquisitivo severamente golpeado y paritarias que corren por detrás de la inflación, los especialistas consultados no avizoran un repunte significativo en el consumo masivo a corto plazo. El «reemplazo de la carne» por polenta o fideos es, quizás, el síntoma más visible y doloroso de una sociedad que, para poder llegar a fin de mes y asegurar el plato de comida, resigna cada vez más hábitos tradicionales y expectativas básicas de bienestar.