María Soledad Morales: el caso que expuso el poder en Argentina
El brutal crimen de la adolescente catamarqueña, a 35 años de su muerte, se mantiene como un símbolo de la lucha contra la impunidad y la corrupción.

El 7 de septiembre de 1990, María Soledad Morales, una adolescente de 17 años que cursaba en el Colegio del Carmen de Catamarca, asistió a una fiesta en un boliche para recaudar fondos para su viaje de egresados. Lo que comenzó como una noche de diversión terminó en una tragedia que sacudiría a toda la Argentina. Desapareció esa madrugada y su cuerpo fue hallado tres días después, el 10 de septiembre, brutalmente golpeado, violado y desfigurado, en un sanjón en las afueras de la capital provincial. Los signos de violencia extrema y el hallazgo del cuerpo en ese estado revelaron la crueldad del crimen, que rápidamente apuntó a los círculos más influyentes de la provincia.
La investigación inicial, plagada de irregularidades y manejos oscuros, evidenció un intento sistemático de encubrimiento. La policía y el poder político, en manos de la influyente familia Saadi, intentaron desviar la atención y sembrar la confusión. Sin embargo, la hermana Martha Pelloni, rectora del colegio de la víctima, y las compañeras de María Soledad no se rindieron. Con un valor inquebrantable, organizaron las Marchas del Silencio, una forma de protesta pacífica que, semana tras semana, ganó una adhesión masiva y se convirtió en un símbolo de la lucha contra la impunidad en Catamarca y en todo el país.
El lento camino a la justicia y la condena
La presión popular, con marchas que llegaron a congregar a miles de personas, fue el principal motor para que la causa avanzara. Las sospechas recayeron sobre Guillermo Luque, hijo de un diputado nacional, y Luis Tula, sobrino de un influyente político local, quienes eran conocidos como «los hijos del poder». Las pruebas iniciales fueron manipuladas o desaparecieron, y los testigos clave fueron intimidados. A pesar de todo, la persistencia de la familia Morales y el clamor popular lograron que la justicia, aunque con muchas dificultades, comenzara a actuar.
El primer juicio, en 1996, fue un escándalo mediático y judicial. La transmisión en vivo de las audiencias expuso las fallas y el encubrimiento, llegando a mostrar cómo un juez se comunicaba con los acusados en plena sala. El proceso tuvo que ser anulado. Un segundo juicio, dos años después, finalmente sentenció a Guillermo Luque a 21 años de prisión por violación seguida de muerte, y a Luis Tula a 9 años como partícipe secundario. Aunque hubo condenas, la sensación de que otros implicados habían quedado impunes persiste hasta el día de hoy, y las responsabilidades políticas por el encubrimiento nunca fueron juzgadas.
Un legado que transformó la política y la sociedad
El caso María Soledad Morales marcó un antes y un después en la historia reciente de Argentina. La movilización social que desató fue un golpe directo al poder feudal de la familia Saadi en Catamarca, que gobernaba la provincia con mano de hierro. La presión llevó a la intervención federal de la provincia y, eventualmente, a la caída política del gobernador Ramón Saadi.
Más allá de lo político, el caso se transformó en un símbolo de la lucha por la justicia y la transparencia. Abrió la puerta a una mayor conciencia social sobre la impunidad, la corrupción y el abuso de poder, y sentó un precedente para futuras movilizaciones populares. El crimen de María Soledad, un femicidio que en ese momento no se denominaba como tal, también visibilizó la violencia de género y la indefensión de las víctimas frente a estructuras de poder corruptas.
A 35 años de su muerte, María Soledad Morales sigue siendo un nombre que evoca la memoria, la lucha y la persistencia de la sociedad argentina por una justicia plena. Su trágica historia es un recordatorio de que la movilización ciudadana y la denuncia pueden, incluso en los casos más difíciles, torcer el rumbo de la historia y obligar a los poderosos a rendir cuentas. Aunque los culpables han cumplido sus penas y hoy gozan de libertad, su legado perdura en cada marcha, en cada reclamo por un país más justo.