Día de la Escarapela: El símbolo que unió a los patriotas de mayo

Cada 18 de mayo, Argentina conmemora el nacimiento de uno de sus símbolos más queridos, un distintivo que identificó a quienes forjaron la Revolución de 1810 y hoy representa nuestra identidad nacional.

Cada 18 de mayo, las calles de Argentina se visten con los colores celeste y blanco. Prendida en la solapa, en el pecho de los escolares o flameando en distintivos y banderas, la escarapela nacional reaparece para recordarnos un momento crucial de nuestra historia y la necesidad imperiosa de un símbolo que forjara unidad en tiempos de cambio radical. Hoy, viernes 18 de mayo de 2025, no es la excepción. Conmemoramos el Día de la Escarapela, un distintivo sencillo pero cargado de profundo significado patrio, cuya historia se entrelaza directamente con los albores de la Revolución de Mayo.

Para comprender por qué celebramos hoy a este pequeño emblema, debemos trasladarnos a aquel convulso mes de mayo de 1810 en Buenos Aires. Las noticias sobre la caída de la Junta Central de Sevilla y el cautiverio del rey Fernando VII llegaban al Virreinato del Río de la Plata, generando un clima de incertidumbre política y efervescencia social. Diversas facciones –fieles a la Corona española por un lado, y partidarios de una mayor autonomía o independencia por otro– convivían en la ciudad.

En medio de este clima de deliberación y, por momentos, de tensión palpable en espacios públicos como la Plaza de la Victoria (hoy Plaza de Mayo) y los alrededores del Cabildo, surgió una necesidad práctica y simbólica: distinguir a los adherentes a la causa patriota de aquellos que se mantenían leales a la autoridad virreinal o a la metrópoli. No era una cuestión menor; en un ambiente cargado de pasiones, un distintivo visible podía marcar la diferencia y afianzar el sentimiento de pertenencia a un bando.

Aunque el decreto formal que estableció la escarapela tal como la conocemos data de 1812, la necesidad de un distintivo ya era manifiesta durante la Semana de Mayo de 1810. Se relata, en diversas crónicas y relatos históricos, que en los días previos al 25 de mayo, la población y las milicias comenzaron a utilizar diferentes cintas y colores para identificarse. Algunos usaban el rojo, asociado a la causa realista o a determinados regimientos; otros, el blanco, símbolo de unión o de la monarquía borbónica; y empezaban a asomar el celeste y blanco, colores que ya tenían cierta popularidad por su asociación con la Virgen María o con el uniforme del Regimiento de Patricios, cuerpo clave en los acontecimientos de esos días.

Fue en este contexto que figuras como Domingo French y Antonio Beruti habrían distribuido cintas entre los «chisperos» (grupos populares revolucionarios) para asegurar la identificación y cohesión de los patriotas. Si bien las historias sobre el color exacto de esas primeras cintas son variadas –algunas mencionan el blanco, otras blanco y celeste o incluso rojo y blanco–, lo cierto es que la idea de un distintivo unificador y diferenciador nació genuinamente durante esa semana fundacional.

La formalización llegó dos años después. El 13 de febrero de 1812, el General Manuel Belgrano, al frente del Ejército Auxiliador del Alto Perú, solicitó al Triunvirato la adopción de una escarapela nacional. Belgrano argumentó la necesidad de un símbolo que distinguiera a las tropas patriotas de las enemigas, que a menudo usaban los mismos colores (principalmente el rojo). Proponía el uso de una escarapela con los colores blanco y celeste.

El Primer Triunvirato, tras considerar el pedido, emitió un decreto el 18 de febrero de 1812 suprimiendo el uso de escarapelas de otros colores y estableciendo la «Escarapela Nacional de las Provincias Unidas del Río de la Plata» con los colores blanco y azul celeste. El decreto buscaba «uniformar el Pabellón Nacional y motivar en las tropas el espíritu de unión, y al mismo tiempo la diferencia del Ejército enemigo». Aunque este fue el acto formal de creación, la elección del 18 de mayo para conmemorar su día se vincula más directamente con aquel momento seminal de la Revolución de 1810, la semana en que la necesidad de un símbolo patrio se hizo evidente y comenzó a gestarse la idea de un distintivo propio. El 18 de mayo de 1935, el Consejo Nacional de Educación estableció esta fecha para celebrar el Día de la Escarapela, reforzando así su conexión con la semana que antecede a la formación del Primer Gobierno Patrio.

Los colores celeste y blanco tienen múltiples interpretaciones sobre su origen, ninguna universalmente aceptada. Las teorías más difundidas los asocian con el color del cielo y las nubes en un día diáfano, con el manto de la Virgen de la Inmaculada Concepción (patrona de Buenos Aires), con los colores de la Dinastía Borbón (el blanco, aunque el celeste es menos claro en esta asociación), o con los colores de los uniformes de los Patricios, que habrían usado vivos celestes y blancos. Más allá de su origen preciso, lo indiscutible es que Belgrano los eligió y que fueron ratificados como los colores de la escarapela y, poco después, de la bandera nacional.

La escarapela, desde entonces, se convirtió en un emblema de identidad nacional. Fue utilizada por los ejércitos de la independencia, por los ciudadanos en celebraciones patrias y se consolidó como un símbolo de unión y pertenencia a la nación argentina. Su uso se popularizó y trascendió el ámbito militar para arraigarse en la vida civil, especialmente durante las fechas patrias.

Hoy, en este 18 de mayo de 2025, la escarapela sigue cumpliendo su función de unirnos bajo los mismos colores. Su presencia en actos escolares, desfiles, edificios públicos y en la ropa de tantos argentinos es un recordatorio de nuestra historia, de la valentía de aquellos hombres y mujeres que se animaron a pensar en una patria propia y de la importancia de mantener vivos los símbolos que nos representan. Es un preludio visual a la celebración mayor del 25 de mayo, la fecha en que se concretó la formación del Primer Gobierno Patrio y el inicio formal de nuestro camino hacia la independencia.

Llevar la escarapela hoy es más que cumplir con una tradición; es un acto consciente de afirmación de nuestra identidad, un homenaje a quienes lucharon por la libertad y un compromiso con los valores que cimentaron nuestra nación. Es un pequeño círculo de tela, pero un gran símbolo que nos recuerda de dónde venimos y quiénes somos como argentinos.