La crisis de la industria pesquera cobra otra víctima: cierra emblemática fábrica de conservas tras 50 años
Marechiare, una histórica marca marplatense, cesa su producción local y migra a la importación, ahogada por la caída del consumo, la imposibilidad de competir con productos extranjeros y altos costos internos. La situación se replica en otras regiones, evidenciando el complejo escenario del sector.

La difícil coyuntura económica que atraviesa Argentina sigue dejando cicatrices en su entramado productivo. La combinación de una inflación persistente que golpea el poder adquisitivo, una marcada contracción del consumo interno y una política de apertura comercial que facilita el ingreso de productos importados en condiciones ventajosas ha puesto en jaque a numerosas industrias nacionales. Entre las más afectadas se encuentra el sector pesquero y conservero, un ámbito tradicional que ve peligrar su continuidad y el sustento de miles de familias.
En este contexto complejo, una noticia sacude a la ciudad de Mar del Plata y al sector: Marechiare, una reconocida fábrica de conservas de pescado con cinco décadas de historia y profundas raíces en la localidad portuense, ha anunciado el cierre definitivo de su planta industrial. La drástica decisión obedece a un «ahogo» económico que se intensificó en los últimos tiempos, agravado por la apertura de importaciones y beneficios fiscales para empresas extranjeras, factores que hicieron inviable la continuidad de la producción local.
Federico Angeleri, director del grupo empresario detrás de Marechiare, detalló en diálogo con La Nación las razones que llevaron a esta situación límite. La imposibilidad de competir con los precios de los productos importados es un factor clave, sumado a una caída estrepitosa del consumo interno, que el empresario cifró en más del 60%. A esto se añade el congelamiento de los precios de venta desde diciembre de 2023, con aumentos mínimos del 10% que no alcanzan a cubrir el alza de los costos.
La ecuación productiva se tornó insostenible: fabricar una lata de caballa de 180 gramos en el país cuesta aproximadamente $1800 más IVA, mientras que su precio de venta ronda los $1400, generando pérdidas por cada unidad vendida. En contraste, la misma lata se comercializa en el mercado internacional a unos US$0,90, mientras que producirla en Argentina implica un costo de casi el doble, US$1,60, sin considerar impuestos.
Angeleri señaló a los costos laborales como el principal factor de encarecimiento del producto nacional. Aunque el precio del aceite es un valor internacional, todos los demás costos logísticos y extras asociados a la producción son locales y elevan significativamente el costo final. A esto se suma un marco laboral considerado «anticuado», regido por un convenio gremial de 1977 sin actualizaciones que, según el empresario, no permite margen de negociación. «Hemos presentado alternativas, pero nunca hubo apertura al diálogo», lamentó Angeleri, quien describió la industria pesquera actual como un sector donde «ya no es negocio» producir, con paralizaciones convocadas diariamente.
La crisis de Marechiare no es un caso aislado, sino que refleja un fenómeno más amplio que ha diezmado a la industria conservera de Mar del Plata. En su época de esplendor, la ciudad albergaba alrededor de 35 plantas; hoy, apenas cinco sobreviven. La competencia internacional, particularmente de Ecuador y Tailandia, que producen a costos inferiores y cuentan con beneficios fiscales que desequilibran la balanza, ha desplazado progresivamente a la producción nacional. Un ejemplo notorio es el del atún, que hace más de medio siglo se pescaba y procesaba localmente, y que hoy se importa casi en su totalidad, principalmente desde Ecuador, ya enlatado y listo para el consumo.
Ante este panorama desalentador, Marechiare se ve forzada a una reconversión drástica: abandonar la producción nacional para dedicarse exclusivamente a la comercialización de productos importados, bajo marcas propias o extranjeras. «Vemos que no hay acompañamiento del Gobierno. Seguramente migremos hacia un modelo basado en la importación de productos terminados. No nos dejan otra opción», aseveró Angeleri, mientras intentan subsistir con el stock restante.
Esta transformación genera una profunda incertidumbre en torno al futuro de los empleados que se desempeñaban en las tareas de limpieza, descabezado y enlatado. La empresa no ha brindado detalles sobre el destino de estos trabajadores, cuya situación se suma a la preocupación por la pérdida no solo económica, sino también del legado histórico y cultural que la industria conservera representó para Mar del Plata.
La crisis en el sector pesquero se extiende más allá de la costa bonaerense. En la provincia de Río Negro, la empresa pesquera Río Salado también confirmó el cese definitivo de sus actividades en San Antonio Oeste, dejando sin empleo a 90 personas. La empresa alegó falta de recursos inmediatos para afrontar sus compromisos salariales y patronales, condicionando el pago de las indemnizaciones a la futura venta de un inmueble.
Esta difícil situación fue expuesta por el gerente de Río Salado, Franco Massari, durante una audiencia convocada por la cartera laboral local, con presencia de representantes del Sindicato de la Alimentación (STIA). Aunque las autoridades laborales exigieron el cumplimiento inmediato de las obligaciones pendientes, esta exigencia no quedó formalmente asentada. La empresa había enviado telegramas de despido ofreciendo inicialmente solo el 50% de las indemnizaciones, logrando la intervención del Ministerio de Trabajo que requirió el pago total y convocó a las partes. Otro punto de conflicto fue la demora en la baja administrativa del personal en AFIP, impidiendo a los trabajadores acceder al seguro de desempleo, trámite que la empresa se comprometió a completar. Ambos casos, el de Marechiare y Río Salado, son reflejo de un sector que enfrenta desafíos estructurales y coyunturales que ponen en riesgo su supervivencia en el país.