Pantallas en la cama: el enemigo silencioso del sueño
Un estudio reveló que una hora de exposición nocturna reduce el descanso en 24 minutos. No es la luz azul, sino el tiempo de uso lo que perjudica el sueño.

El ritual moderno de deslizar el dedo por la pantalla antes de dormir podría tener un costo más alto del que imaginamos. Un reciente estudio publicado en Frontiers in Psychiatry confirma lo que muchos sospechaban: el uso de dispositivos en la cama afecta seriamente el sueño. Con datos de más de 45.000 adultos jóvenes en Noruega, los investigadores determinaron que una hora de exposición nocturna reduce el descanso en un promedio de 24 minutos. El insomnio, por su parte, se incrementa un 59%. Pero el verdadero hallazgo es otro: no es la luz azul la principal culpable, sino el tiempo total de uso.
Durante años, se culpó a la luz azul de las pantallas por su impacto negativo en la melatonina, la hormona del sueño. Pero la investigación desmiente esa idea: el problema no es la tecnología en sí, sino el tiempo que pasamos sumergidos en ella. Ya sea desplazándonos por redes sociales o viendo una serie, el resultado es el mismo: menos sueño y más fatiga al día siguiente.
Los expertos identificaron cuatro formas en que el uso nocturno de pantallas interfiere con el descanso. Primero, las notificaciones y vibraciones interrumpen el sueño. Segundo, el tiempo frente a la pantalla reemplaza el tiempo de descanso. Tercero, el contenido consumido mantiene a las personas despiertas, estimulando el cerebro cuando debería estar en modo reposo. Y cuarto, aunque en menor medida, la luz emitida altera los ritmos circadianos.
Las consecuencias van más allá de una simple noche en vela. La privación crónica de sueño afecta la salud mental, reduce la concentración y perjudica el rendimiento académico y laboral. En el caso de los estudiantes, uno de los grupos más afectados, el fenómeno está directamente vinculado con el bajo desempeño en exámenes y problemas de salud emocional.
Curiosamente, los investigadores no encontraron evidencia suficiente para afirmar que el uso de pantallas provoque insomnio. En cambio, sugieren que el problema radica en el desplazamiento del horario de sueño: la pantalla nos roba minutos valiosos de descanso, en lugar de simplemente mantenernos despiertos sin dormir.
Las soluciones mágicas tampoco funcionan. Gafas que bloquean la luz azul, filtros nocturnos o aplicaciones que reducen la emisión de brillo no resuelven el problema de fondo. La clave está en reducir la exposición antes de dormir, ajustando el brillo de la pantalla o, mejor aún, estableciendo un horario sin tecnología antes de acostarse.
El estudio confirma lo que muchos ya intuían: dormir con una pantalla en la mano no es buena idea. Si bien la tecnología es parte de nuestra vida cotidiana, su abuso nocturno se ha convertido en un obstáculo silencioso para el descanso. La solución no está en filtros de luz azul ni en apps milagrosas, sino en un cambio de hábito: menos pantalla, más sueño. Porque al final, el verdadero scroll infinito es el de las noches sin descanso.