Rodolfo Walsh: La pluma que desafío a la dictadura
Cada 25 de marzo, la memoria nos devuelve la imagen de Rodolfo Walsh, el periodista que enfrentó al poder con su arma más letal: la palabra. Su "Carta abierta a la Junta Militar", publicada un día antes de su secuestro y asesinato en 1977, sigue resonando como un testimonio inquebrantable contra el terrorismo de Estado.

La verdad como condena
Walsh no solo fue un periodista. Fue un intelectual comprometido, un investigador meticuloso y un militante que comprendió que el silencio era cómplice. Desde su monumental «Operación Masacre», donde reveló los fusilamientos clandestinos de 1956, hasta su militancia en Montoneros, su vida estuvo marcada por una búsqueda incesante de justicia. La dictadura lo sabía. Y lo calló.
La «Carta abierta a la Junta Militar» fue su sentencia de muerte. En ella, denunció con crudeza el plan económico que desangraba al país, la represión sistemática y la desaparición de miles de personas. No fue un escrito cualquiera. Fue un documento que desmontaba la hipocresía del régimen con datos, cifras y nombres. Walsh sabía lo que arriesgaba, pero también sabía que la verdad debía ser dicha, aunque costara la vida.
Un crimen sin silencios
El 25 de marzo de 1977, un comando de la ESMA lo emboscó en pleno centro de Buenos Aires. Resistiendo con un arma corta, cayó acribillado. Su cuerpo nunca apareció. Como tantos otros, Walsh pasó a engrosar la lista de desaparecidos, pero su legado fue imposible de borrar.
A pesar de la censura y la persecución, sus escritos sobrevivieron. Su carta circuló en copias clandestinas, en el exilio, en el boca a boca de quienes se negaron a olvidar. Porque si algo entendieron sus verdugos demasiado tarde, es que las palabras no mueren con el cuerpo.
El eco de una pluma imbatible
Hoy, el periodismo enfrenta nuevas amenazas. La censura no siempre se viste de uniforme, pero sigue operando en formas más sutiles: la concentración de medios, la autocensura por miedo a perder pauta, la difusión de noticias falsas que buscan desviar el foco de los problemas reales. En ese contexto, el ejemplo de Walsh sigue vigente. Nos recuerda que el periodismo no es solo contar lo que pasa, sino revelar lo que quieren ocultar.
A 48 años de su asesinato, recordamos a Rodolfo Walsh no como un mártir, sino como un faro. Su vida y obra nos interpelan: ¿Hasta dónde estamos dispuestos a incomodar al poder? ¿Cuánta verdad podemos sostener sin claudicar? En un país donde la historia insiste en repetirse, el mejor homenaje a Walsh es seguir escribiendo. Sin miedo y sin concesiones.