La historia detrás de «El rastro», la serie que conquista Netflix

El thriller sueco basado en hechos reales se ubica entre lo más visto en Netflix, relatando un doble homicidio que conmocionó a Suecia durante 16 años.

La serie se ha convertido en un fenómeno global desde su estreno en Netflix, capturando la atención de millones con su narrativa atrapante y sus giros inesperados. Lo que muchos desconocen es que esta producción está basada en un caso real que estremeció a la ciudad de Linköping, Suecia, en 2004.

La tragedia comenzó un 19 de octubre cuando Adnan Abbas, un niño de ocho años de origen libanés, fue atacado brutalmente mientras caminaba hacia la escuela. Gunilla Svensson, una profesora que enseñaba sueco a inmigrantes, intentó intervenir para salvar al pequeño, pero también fue asesinada. El atacante, armado con un cuchillo, huyó dejando a la comunidad aterrorizada y a la policía con pocas pistas, excepto por un rastro de ADN.

Una obsesión que cambió vidas

El detective John Sundin, protagonista de la serie, se inspiró en los verdaderos investigadores que dedicaron años a resolver el caso. En la ficción, Sundin sacrifica su vida personal por la investigación, perdiendo su matrimonio y la relación con su hijo. Este retrato refleja la presión a la que se enfrentaron los detectives en la vida real, quienes, a pesar de contar con pruebas de ADN, no lograban identificar al culpable.

Mientras la familia Abbas abandonaba la ciudad incapaz de superar el trauma, el caso se volvía frío. Sin embargo, la tecnología dio un giro inesperado a los eventos.

La genealogía forense como clave del caso

En 2020, luego de 16 años sin respuestas, las autoridades recurrieron a Per Skogkvist, un genealogista experto en rastreo de familiares mediante análisis genéticos. En la serie, esta técnica de vanguardia se presenta como la última esperanza para resolver el misterio.

El ADN encontrado en la escena conectó al criminal con Stina Eriksson, una periodista que cubría el caso. La revelación llevó a su primo David Nilsson, quien confesó los crímenes atribuyéndolos a «voces en su cabeza». Este enfoque basado en la genealogía forense marcó un precedente en Suecia y trajo justicia a las familias afectadas.