El poeta Alfredo Bufano vive en la memoria de Adrogué
El conocido cantante del grupo los Cadillacs, Gabriel “Vicentico” Fernández Capello es su nieto. En una nota, el ex líder de los Fabulosos Cadillacs dijo: «Recuerdo los viajes a su casa en San Rafael. Mi viejo, Ariel Bufano, me contó muchas cosas sobre él. Tengo gran parte de la biblioteca de mi abuelo en casa, primeras ediciones, cartas y libretas».
Alfredo Rodolfo Bufano vivió en Adrogué desde 1947 hasta 1950 cuando fallece. Nació, vivió y murió pobre. El sayal franciscano que vistió desde los 2 hasta los 12 años, fruto de una promesa de su madre, fue una vivencia que profundizó su temperamento, siempre melancólico e introvertido. Nació en Villa Nueva, su casa paterna estaba a pocas cuadras del Carril Nacional. Quinto de ocho hermanos e hijo de inmigrantes italianos, cursó hasta tercer grado en la escuela primaria Vélez Sarsfield. Esa fue su única formación académica. “Autodidacta en el más duro y áspero sentido de la palabra”, así lo escribe él mismo en una página autobiográfica, desde pequeño trabajó en lo que pudo.
Fue carpintero y aprendiz de albañil. Cuando tenía 15 años su familia se mudó a Buenos Aires donde, luego de varios años sobreviviendo con changas, consiguió un puesto en una librería y allí pudo cultivar sus letras y conocer a escritores y periodistas de la época. Fue amigo de Alfonsina Storni, Alfredo Palacios y Ángel Bustelo, entre otros.
En 1917 Bufano publicó su primer libro, El viajero indeciso. Por esos años colaboró además con revistas como Caras y caretas y con los principales diarios de Buenos Aires. En 1923 quiso retornar a Mendoza y en San Rafael un amigo le conseguiría un trabajo en la Dirección de Vialidad. Tres años después reconocieron su trayectoria y pluma de poeta y le ofrecieron cátedras de Literatura, Castellano y Geografía en la Escuela Normal de San Rafael, donde ejerció como profesor. Luis Casnati fue uno de sus alumnos. Allí trabajó por 25 años hasta que lo echaron por razones políticas. Bustelo lo recuerda en el artículo Paseo cultural por Guaymallén: “(…) Lo cesantearon de sus cátedras por su conducta democrática antinazi durante la Segunda Guerra Mundial, que le valió el odio zoológico de los cavernícolas del primer gobierno de Perón. Lo acusaron de no tener ‘título habilitante’ para dictar clases de castellano, a uno de los mejores escritores que ha tenido el país, sin reparar en el dicho de Sarmiento de que ‘los títulos no acortan las orejas’”. En efecto, Bufano escribió más de 30 libros, la mayoría poemas. Cuando lo despidieron debió viajar a Buenos Aires, donde un amigo le consiguió trabajo. A los 34 años (en 1929) Bufano había perdido el oído.
La sordera que padeció desde joven lo agobiaba, al igual que sus problemas respiratorios, fruto de su adicción al tabaco y de una niñez pobre que le demandó trabajos no acordes con su edad. Ángel Bustelo le dedicó un libro en el que lo recuerda como un hombre honrado, silencioso y talentoso, con la desesperanza como una constante mezclada entre sus tópicos preferidos: la naturaleza y la familia: por algo le decían “el poeta de lo cotidiano”. Américo Calí, quien también lo conoció, aseguró que Bufano tenía un “tono muy suyo, entre melancólico y esperanzado, del que resulta una poesía propia, por razón de señas particulares, muy de Carriego, de Almafuerte o de Fernández Moreno”. En 1947, luego de ser echado de la Escuela Normal, Bufano se muda a Adrogué. No tiene ganas de vivir. Todo le parece tormentoso. Tres años más tarde fue a visitar a una de sus hijas a San Rafael y repentinamente. el 31 de octubre, un ataque al corazón lo fulmina. Sus restos fueron llevados a La Chacarita. Una comisión de honor despidió al poeta: Jorge Luis Borges, Eduardo Mallea, Conrado Nalé Roxlo y Manuel Mujica Lainez, entre otros. Sin embargo, como Bufano quería que sus restos estuvieran en San Rafael, el 6 de diciembre de 1950 fueron trasladados. Su epitafio, escrito sobre piedra, corresponde a la última cuarteta de su poema Poeta, sembrador y poblador: “Por eso cuando sea eternidad, poned los huesos en el campo en flor, y en una piedra tosca esta inscripción grabad: poeta, sembrador y poblador”.