El bar de Lippi, una posta sobre el antiguo Camino Real
Los carreros que iban hacia el sur se arrodillaban en el oratorio de Nuestra Señora del Tránsito y se encomendaban a la Virgen pidiéndole «protección contra los indios y las calamidades naturales». Era el siglo XVIII y las caravanas aprovechaban para refrescarse y rezar en el último rancherío de paja y barro antes del desierto.
Entonces se llamaba Monte de los Chingolos, hoy es Ministro Rivadavia, el pueblo más antiguo de Almirante Brown que, igual que aquel oratorio (ubicado en República Argentina entre Sandoval y Acosta) permanece al margen del tiempo.
Ubicada en la entrada del pueblo, se encontraba una pulpería que sirvió de posta de descanso para los viajeros que transitaban el camino Real, frente a ella se encontraba la propiedad de Don Ignacio Urrozola que funcionaba como parador y barbería de los carreteros y troperos, siendo quizás la vivienda más antigua de la zona ya que data de 1815.
El bar de Lippi recibió a los primeros pobladores que lo utilizaban como posta de descanso para carretas y diligencias que viajaban hacia Chascomús, San Vicente, Azul. El viejo almacén era una parada obligada también para los militares del tiempo de Juan Manuel de Rosas; el nombre del estandarte del federalismo quedó marcado a fuego en la historia de la despensa.
Por el Camino de las Tropas (ahora República Argentina) llegaron »colorados» que escapaban por la caída de Rosas, entre ellos, Bernardo Ithurralde, panadero mayor de ese ejército y fundador, en 1866, de la panadería que aún funciona en 25 de Mayo y República, antes había sido una vieja posta y un monolito lo recuerda.
En este despacho de comestibles y bebidas, pasaron miles de patriotas. El bar de Lippi tenía en su interior rejas que separaban al público de la parte donde se hallaban las mercaderías y despachaba el pulpero. Allí se vendía aguardiente de caña, grapa, ginebra, vino, yerba, tabaco, sal, galletas y azúcar.
El aguardiente era la bebida de mayor consumo, y la costumbre era llenar un vaso grande y convidarle a los presentes pasándolo de mano en mano y no era bien visto rechazar el ofrecimiento. La mayor provisión de aguardiente provenía de San Juan y Mendoza. Al igual que lo que ocurría con la yerba mate de Misiones, la producción y comercialización estaban en manos de los jesuitas, que monopolizaron el mercado utilizando mano de obra indígena. El vino se vendía “suelto” y el que se tomaba en la pulpería era el Carlón, oriundo de Benicarló, provincia de Castellón, España.
El vino era transportado en barriles de madera conducidos por carretas viñateras consignadas a mercaderes que realizaban la distribución a las pulperías. Algunos pulperos lo diluían en agua y lo llamaban Carlín o Carlete, y era vendido a menor precio. También llegaban vinos provenientes de Bordeaux, Francia, pero aquellos estaban destinados a las clases privilegiadas, al igual que el azúcar y las bebidas alcohólicas “finas”. La sal era utilizada básicamente para la conservación de las carnes en la elaboración del charqui.
En general existieron grandes restricciones al consumo de los denominados “vicios” con el objetivo de controlar el tiempo libre de los gauchos. Los clientes jugaban a los naipes, a las bochas, a la taba y, en los días de fiesta, se organizaban carreras de sortija o cuadreras, duelos verbales filosos en tono de payada y duelos de los otros, como bien lo retrata el Martín Fierro de José Hernández.
La pulpería era el único lugar de encuentro posible para el gaucho en la inmensidad y soledad de la pampa. Allí, como señala algún poema gauchesco, la gente comprobaba que podía seguir hablando, después de días y a veces meses de no intercambiar palabras, ni nada con ningún ser humano. Actualmente, el Bar de Lippi es un patrimonio histórico que permite que, a medida que pasan los años, las nuevas generaciones conozcan no sólo los relatos a través de los libros o el boca a boca sino también puedan visitar aquellas obras arquitectónicas que dan cuenta del origen y la historia de nuestro partido.