Hagamos que sea 8 de marzo todos los días

Todos los 8 de marzo se conmemora el día de la mujer, recordando a esas 146 obreras que murieron quemadas mientras llevaban a cabo una huelga en una fábrica textil en Nueva York por sus penosas condiciones laborales, por lo cual; bien podríamos llamar al mismo 8 de Marzo “Día Internacional de la Mujer Trabajadora”, como pregonan las centrales obraras de nuestro país.

La Organización de las Naciones Unidas llama un día internacional a «sensibilizar, concienciar, llamar la atención, señalar que existe un problema sin resolver, un asunto importante y pendiente en las sociedades para que, a través de esa sensibilización, los gobiernos y los estados actúen y tomen medidas o para que los ciudadanos así lo exijan a sus representantes».

Sin embargo y a pesar de los esfuerzos de estos últimos años, de las nuevas movilizaciones callejeras al grito de #niunamenos, y de los movimientos que surgen y resurgen como el encuentro nacional de mujeres (que el año pasado fue llevado a cabo en la ciudad de Rosario, y este año será sede en Resistencia), los Femicidios se multiplican y las formas de maltrato hacia la mujer se recrean.

Quizás sea porque existen prácticas muy arraigadas en la sociedad que nos interpelan permanentemente y que no nos  permiten ver más allá de lo que podemos ver. Así es como repetimos prácticas culturales en las cuales una adolescente conoce a un chico, a quien de golpe no le gusta que se ponga polleras cortas y se pinte la cara y ella deja de hacerlo para agradarle, o un jefe le pide a una compañera de trabajo que lleve una taza de café, mientras los compañeros hombres debaten el futuro de la empresa.

Estas actitudes microscópicas, que no vemos porque las tenemos internalizadas, son las que generan diferencias sociales que se naturalizan y que llevadas al extremo cuando alguien las desafía pueden convertir una actitud inofensiva en una tragedia. Desde La Urbe, entendemos que para erradicar estas costumbres, el 8 de marzo tienen que conmemorarse todos los días, desde la memoria, desde la compresión y desde la posibilidad de creer en un mundo de iguales, donde nos defendamos los unos a los otros, y donde aceptemos la diversidad sexual también como la posibilidad de elegir que cada uno lleva dentro.